En el cine contemporáneo, pocas películas logran unir tantos géneros de manera tan orgánica como “Anna and the Apocalypse” (2017), la sorprendente comedia musical navideña con zombis dirigida por John McPhail.
Este filme británico, basado en el cortometraje “Zombie Musical” del fallecido cineasta Ryan McHenry, combina con inteligencia el humor negro, el drama adolescente, el terror clásico y el espíritu festivo de la Navidad.
Lo más impresionante es que lo hace sin perder coherencia ni emoción, transformando lo que pudo ser una parodia absurda en una historia genuinamente conmovedora sobre la juventud, la pérdida y la resiliencia.
Un apocalipsis con ritmo
La historia transcurre en el pequeño pueblo escocés de Little Haven, donde Anna Shepard (Ella Hunt) sueña con escapar de su monótona vida estudiantil y recorrer el mundo. Pero sus planes se ven interrumpidos por un apocalipsis zombi que estalla justo en la víspera de Navidad.
Junto a su mejor amigo John (Malcolm Cumming) y un grupo de compañeros de instituto, Anna debe abrirse paso cantando y bailando entre hordas de muertos vivientes, muñecos de nieve zombificados y elfos caníbales para intentar sobrevivir y reencontrarse con su familia.
Lo que distingue a “Anna and the Apocalypse” de cualquier otra película de zombis es su estructura de musical: los personajes expresan sus emociones y miedos a través de canciones vibrantes que van desde himnos pop hasta baladas melancólicas.
La película convierte cada secuencia musical en una extensión de su narrativa, aportando ligereza sin perder dramatismo. Y aunque pueda parecer una mezcla imposible, McPhail logra que la música y el caos sangriento convivan en armonía.

Entre la comedia y la tragedia
A diferencia de muchas producciones modernas que temen abrazar plenamente sus emociones, este filme se atreve a alternar momentos de alegría con escenas de auténtico dolor. El tono cambia con naturalidad: una secuencia puede comenzar con un número musical lleno de energía y terminar con una pérdida devastadora.
McPhail y el guionista Alan McDonald (continuando el legado del fallecido McHenry) equilibran estos contrastes con una sensibilidad que evita el cinismo.
Este balance es una de las grandes virtudes de una película que no busca burlarse del género ni trivializar la tragedia, sino mostrar que incluso en medio del horror y la muerte puede existir espacio para la esperanza, el humor y la música.
Esa sinceridad emocional recuerda a clásicos del cine juvenil como “The Breakfast Club” (1985), mientras su caos sangriento evoca a “Shaun of the Dead” (2004).

Ella Hunt y un elenco que brilla
La interpretación de Ella Hunt es el corazón de la película. Su Anna no es una heroína de acción tradicional ni una simple víctima: es una joven realista, sarcástica, con miedo y determinación en partes iguales.
Hunt demuestra una gran versatilidad al cantar, bailar y actuar, sosteniendo cada escena con una naturalidad que sorprende, especialmente considerando que era uno de sus primeros papeles en cine.
El resto del elenco, compuesto por Malcolm Cumming, Sarah Swire, Ben Wiggins, Marli Siu y Christopher Leveaux, aporta carisma y frescura, haciendo creíble la dinámica entre los personajes.
Cada uno tiene su pequeño arco emocional, desde la amistad y el amor no correspondido hasta la aceptación de la pérdida. Y entre ellos, destaca el antagonista interpretado por Paul Kaye como el Sr. Savage, un director escolar cuya obsesión por el control se convierte en amenaza incluso mayor que los zombis.

Un proyecto nacido de la pasión
Detrás del humor superficial hay una historia profundamente personal. El creador original, Ryan McHenry, concibió la idea mientras estudiaba en el Edinburgh College of Art, combinando su amor por los musicales juveniles como “High School Musical” con su fascinación por el cine de terror.
Su cortometraje “Zombie Musical” (2010) fue nominado a los premios BAFTA escoceses y llamó la atención de productores interesados en expandirlo a un largometraje.
El proyecto se detuvo temporalmente cuando McHenry fue diagnosticado con cáncer, y aunque logró volver al trabajo tras una remisión, falleció en 2015. En honor a su memoria, McDonald y el productor Naysun Alae-Carew continuaron desarrollando la película, que finalmente se estrenó en el Fantastic Fest de 2017 con una dedicatoria especial al director original.
Esa energía emocional se percibe a lo largo de toda la cinta: cada canción y cada giro narrativo parecen impulsados por el deseo de celebrar la vida, incluso frente a la muerte.

Un festín visual y musical
Roddy Hart y Tommy Reilly fueron los responsables de las canciones originales, que logran ser pegajosas sin perder su profundidad narrativa. Temas como “Turning My Life Around”, “Hollywood Ending” y “It’s That Time of Year” condensan el tono de la película: optimismo juvenil enfrentado al caos del mundo.
La coreografía, el montaje y la fotografía, llenas de color y movimiento, convierten cada secuencia en un espectáculo visual, al tiempo que el diseño de producción rinde homenaje al cine de zombis clásico con sangre falsa, maquillaje artesanal y guiños a “Night of the Living Dead” o “The Evil Dead”.
Las referencias cinematográficas son constantes, pero nunca distraen. En cambio, funcionan como un puente entre generaciones: quienes crecieron con los musicales de los ochenta o con el terror de los setenta pueden disfrutar la película tanto como el público joven que busca algo nuevo.

Un musical sobre la vida y la muerte
Tras su estreno internacional, “Anna and the Apocalypse” recibió elogios por su originalidad y por el equilibrio entre emoción y espectáculo.
En Rotten Tomatoes mantiene un 77 % de aprobación, con críticas que destacan su “fuerza en la mezcla de géneros” y su “carácter entrañable”. Dread Central llegó a calificarla como “no solo un gran musical, sino una gran película”.
Aunque su paso por la taquilla fue modesto, su impacto cultural ha crecido con los años, convirtiéndose en una obra de culto para quienes buscan una alternativa a las películas navideñas convencionales.
Su mezcla de espíritu festivo, comedia negra y tragedia sincera la ha convertido en una joya única: una cinta que puede disfrutarse tanto en Halloween como en Navidad, o en cualquier momento en que el espectador necesite una dosis de humor, música y humanidad.
Más allá del entretenimiento, “Anna and the Apocalypse” es una carta de amor al cine de géneros y a la creatividad misma. En un mundo donde las películas tienden a encasillarse, John McPhail y su equipo demostraron que la originalidad todavía puede sorprender cuando se hace con corazón.
A fin de cuentas, el mensaje de esta producción es tan simple como poderoso: cuando todo se derrumba, cantar puede ser una forma de sobrevivir.
Fuente: Diario Libre
Somos EL TESTIGO. Una forma diferente de saber lo que está pasando. Somos noticias, realidades, y todo lo que ocurre entre ambos.
Todo lo vemos, por eso vinimos aquí para contarlo.


