sábado, junio 21, 2025
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Editoriales

Cambio de imagen cortesía del presupuesto nacional

En República Dominicana, hay funcionarios cuyo aspecto físico narra una historia paralela al expediente judicial que les pisa los talones. Entraron al poder con cuerpos flacos, rostros apagados, barbas mal cortadas y cabellos largos por descuido. Parecían víctimas de la precariedad, figuras casi bohemias del sacrificio público. Pero apenas el tiempo y el poder hicieron su trabajo, algo cambió.

Los mismos que llegaron desaliñados, hoy lucen irreconocibles. Trajes entallados, sonrisas luminosas, piel radiante, barbas de barbería cara y hasta la típica barriga de quien ya no cuenta calorías. El cambio físico no es problema en sí. Todos tenemos derecho a prosperar. El asunto es que, en muchos casos, esa transformación va de la mano con escándalos de corrupción, enriquecimiento inexplicable y denuncias que hacen que los lujos se vean menos como fruto del esfuerzo y más como botín del erario.

Y es entonces cuando el pueblo entiende. El cambio de imagen no fue fruto del sudor ni del mérito, sino del desfalco. La nueva figura es el reflejo de una estructura que premia el robo y castiga la honestidad. Mientras los rostros siguen engordando en oficinas refrigeradas, hay barrios donde el hambre mantiene a los niños tan flacos como aquellos políticos de antes de llegar al poder.

El poder en este país, más que un cargo, parece un tratamiento de belleza. Pero no hay cirugía estética que oculte el rostro de la impunidad. Porque aunque la piel brille, las manos se notan sucias. Y el pueblo, aunque a veces tarde, acaba notando que hay cuerpos que engordan no por éxito, sino por saqueo.

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