La silla de la Cancillería ya huele a mudanza. La cumbre, ese escudo diplomático que mantenía intacto a Roberto Álvarez, se pospuso y con ella se cayó la última excusa elegante para no mover la pieza. Cuando el acto se suspende, se suspenden también las cortesías. Ahora lo que queda es política desnuda, sin ceremonia que vestirla.
Durante meses, la clase política hablaba en clave: después de la cumbre. Era la frase mágica, la contraseña para admitir lo evidente sin decirlo. Había fecha, había orden, había paciencia. Pero cuando la agenda internacional se rompió, también lo hizo el calendario interno del poder. Ahora la pregunta ya no es cuándo, sino quién.
En primera fila está José Ignacio Paliza, ministro de la Presidencia y presidente del PRM, lleva años alineando su perfil con la ficha de canciller. Es un movimiento que encaja con sus aspiraciones, con su proyección pública, con esa mezcla de juventud política y ambición estatal que el partido intenta capitalizar. La silla lo conoce; él la mira hace tiempo.
Y enfrente, Ito Bisonó, ministro de Industria y Comercio, ha tejido redes internacionales a golpe de foros, visitas oficiales y fotos rodeado de banderas. Su apuesta ha sido clara: lucir global, sonar diplomático, tensionar el músculo internacional para que el traje le quede a medida.
¿Será Paliza, con el poder interno como pasaporte, o Ito, con el pasaporte lleno buscando poder externo? La silla está en juego. Y en política, las sillas vacías nunca esperan sentadas.
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