Se dice que basta una sola manzana podrida para dañar a todas las demás en el cesto. Es una imagen simple, casi infantil, pero que encierra una gran verdad: no importa cuán buena sea la cosecha, si se tolera la podredumbre, esta se extenderá inevitablemente. En la vida personal, en los negocios, y especialmente en la política, esta metáfora cobra una relevancia dolorosa.
En la República Dominicana, lo hemos visto una y otra vez. Gobiernos que inician con promesas de cambio, funcionarios que se presentan como renovadores, estructuras que se venden como modernas, pero que terminan siendo infectadas por las mismas prácticas que decían venir a erradicar. Y no siempre porque todo el proyecto esté podrido, sino porque se permitió —o se ignoró— la presencia de quienes contaminan desde adentro.
De nada sirve buscar excelencia, innovación o transparencia si en el núcleo del poder se tolera la compañía de los que mienten, roban y traicionan. La figura del “compañero útil”, del “aliado estratégico” que ayuda a ganar elecciones o a mantener control, se convierte en la grieta por donde entra la descomposición. Y cuando esta avanza, ya es tarde: ni los buenos principios ni las buenas intenciones bastan.
En la política dominicana actual, los casos abundan. Proyectos que parecían tener potencial terminan deslegitimados por la presencia de figuras cuestionadas. Al final, el mensaje que se transmite a la ciudadanía es claro: lo que importa no es la integridad, sino la conveniencia. Y eso, más que cualquier fallo puntual, es lo que mina la confianza pública y perpetúa el desencanto.
Si queremos cambiar verdaderamente, debemos aprender a sacar la manzana podrida a tiempo, aunque pese. Porque el costo de tolerarla siempre será mayor que el de extirparla.
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