 por amor? Y ¿a dónde más podrían simplemente sentarse y dejar divagar sus mentes?Redoble de tambores para Pauline Van Wymeersch y Samy Lamrous – recientemente coronados como la mesera y el mesero más veloces de París, y también como embajadores de una esencial profesión francesa.El resurgimiento de la carrera de meseros después de una ausencia de 13 años es parte de los esfuerzos de París para deleitarse en el foco de los reflectores olímpicos y brindar lo mejor de sí en sus primeros Juegos de Verano en 100 años.La primera carrera de meseros se corrió en 1914. Esta vez, cientos de meseras y meseros se colocaron sus uniformes – con las más finas corbatas de moño deportivas – y con las bandejas cargadas con los tradicionales posters, pequeñas (pero vacías) tazas de café y vasos llenos de agua para la vuelta de 2 kilómetros (1 milla y un cuarto) empezando y terminando en el Ayuntamiento de la ciudad.Van Wymeersch, la ganadora de la carrera para mujeres con 14 minutos y 12 segundos inició como mesera a los 16 años, ahora con 34 dijo que no se imaginaría una vida distinta.“Lo amo tanto como lo odio. Está en mi piel. No puedo dejarlo”, dijo acerca de su profesión. “Es difícil, es agotador. Es exigente. Son 12 horas por día. Sin fines de semana, sin navidades”.Van Mymeersch trabaja en el café y restaurante Le Petit Pont, al frente de la catedral de Notre Dame. Lamrous, quien ganó la carrera de hombres con un tiempo de 13:30, sirve en La Contrescarpe, en el quinto distrito de París. Sus premios fueron medallas, dos boletos a cada uno para la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos a lo largo del Río Sena y una noche de fiesta en un hotel de París.Aunque en esta ocasión abundaron las sonrisas, los participantes reconocieron que ese no siempre es el caso cuando andan apresurados en el trabajo. El cliente quizás siempre tenga la razón en otros países, pero en Francia, la mesera o el mesero tiene la última palabra, alimentando su fama de ser ásperos, malhumorados e incluso groseros ciertas veces.){kind=link}
Usain Bolt’s speed records were never in danger. The fastest human in the world might not be as fast while balancing a tray with a croissant, a cup of coffee, and a glass of water through the streets of Paris, without spilling it everywhere.
The capital of France revived a 110-year-old race for its waiters and waitresses on Sunday. The race celebrated men and women without whom the city would not be the same.
Why? Because they bring life to the cafes and restaurants of France. Without them, where would the French gather to have their rightful claim over drinks and meals? Where would they discuss and linger (or even end up) for love? And where else could they simply sit and let their minds wander?
Drum roll for Pauline Van Wymeersch and Samy Lamrous – recently crowned as the fastest waitress and waiter in Paris, and also as ambassadors of an essential French profession.
The revival of the waiter race after a 13-year absence is part of Paris' efforts to delight in the spotlight of the Olympic games and showcase its best in their first Summer Games in 100 years.
The first waiter race was held in 1914. This time, hundreds of waitresses and waiters put on their uniforms – with the finest sporty bow ties – and carried trays loaded with traditional posters, small (but empty) coffee cups, and glasses full of water for the 2-kilometer (1.25-mile) race starting and finishing at City Hall.
Van Wymeersch, the women’s race winner with a time of 14 minutes and 12 seconds, started as a waitress at 16 and now, at 34, said she couldn’t imagine a different life.
"I love it as much as I hate it. It’s in my skin. I can’t let it go," she said about her profession. "It’s tough, it’s exhausting. It’s demanding. It’s 12 hours a day. No weekends, no Christmases."
Van Wymeersch works at the café and restaurant Le Petit Pont, in front of Notre Dame Cathedral. Lamrous, who won the men’s race with a time of 13:30, serves at La Contrescarpe in the fifth district of Paris. Their prizes were medals, two tickets each to the Olympic Games opening ceremony along the Seine River, and a night of partying in a Paris hotel.
Although smiles abounded this time, participants acknowledged that is not always the case when they are in a rush at work. The customer might always be right in other countries, but in France, the waiter or waitress has the final say, feeding into their reputation of being tough, grumpy, and even rude at times.
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