El ascenso de Nayib Bukele ha despertado una fascinación colectiva en América Latina, y la República Dominicana no ha sido la excepción. La contundente reducción de homicidios en El Salvador, el control del territorio recuperado al crimen organizado y la transformación de un país temido a uno respetado, son logros que merecen ser reconocidos. Bukele ha hecho en pocos años lo que muchos sistemas tradicionales no lograron en décadas.
Pero la pregunta no es si Bukele ha tenido éxito. La pregunta es si realmente queremos un Bukele en nuestro país. El dominicano exige orden, pero no siempre está dispuesto a ceder en lo que le afecta. Quiere calles seguras, pero protesta si tocan su esquina. Quiere justicia, pero se resiste cuando la ley toca a los suyos. El ideal de “mano dura” se celebra… hasta que se siente en carne propia.
Nuestra historia nos advierte: los "hombres fuertes" surgen en tiempos de crisis, pero a menudo dejan heridas profundas. Trujillo trajo orden, sí, pero a costa del miedo. Balaguer ofreció estabilidad, pero también represión. No basta con celebrar resultados si no se examinan los métodos.
El Salvador cambió, pero también modificó su constitución, limitó contrapesos y silenció disensos. ¿Queremos seguir ese camino? ¿Estamos dispuestos a entregar libertad a cambio de control?
Es válido admirar el impacto de Bukele. Es válido querer calles seguras, instituciones firmes y líderes con determinación. Pero es vital preguntarnos: ¿qué precio estamos dispuestos a pagar? Porque no basta con querer un Bukele: hay que entender lo que implica vivir bajo uno.
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