El Diccionario de la lengua española ha sido una herramienta invaluable en nuestro viaje por los arabismos del español, que hoy llega a su culminación. Estas hermosas palabras, bellas tanto en su significado como en su valor, nos hablan de instituciones que siguen siendo relevantes hoy en día y de sus administradores, desde los albaceas (de sáhb alwasíyya), encargados de cuidar y administrar los bienes heredados, hasta los alcaldes (de alqádi ‘juez’) y alguaciles (de alwazír).
La lengua árabe que se hablaba en España nos dejó muchas palabras relacionadas con el comercio. Los productos eran transportados por recuas (del árabe hispano rákbah); de ahí también que utilicemos el término recua para referirnos a una ‘multitud de cosas que van una detrás de otras’.
La carga, medida en arrobas (de arrúb) o en quintales (de qintár), se almacenaba en un almacén (de almahzán) y se negociaba en la alhóndiga (de alfúndaq) o se vendía en una subasta pública o almoneda (de almunáda). Las aduanas (de addiwán) estaban listas para establecer y controlar tarifas (de tarífa) y aranceles (de alinzál).
Los conocimientos científicos nos legaron las cifras, del árabe hispano sífr, que originalmente significaba ‘vacío’, y álgebra, del árabe clásico algabru ‘reducción’. Y ¿qué puede ser más actual que un algoritmo? Se cree que el término algoritmo, tan relevante en el contexto de la inteligencia artificial, llegó a nuestra lengua desde el latín tardío, que lo había adaptado de la expresión árabe hisabu lgubar ‘cálculo mediante cifras arábigas’.
La respetada astronomía árabe nos dio los términos cénit (de samt) y el nadir (de nazir), puntos opuestos en la esfera celeste. También nos dio el término auge (de awg), para referirse al punto más distante de la Tierra en una órbita; lo que hoy conocemos como el apogeo.
Tanto auge como apogeo, este último de origen griego, han trascendido el ámbito técnico para formar parte del lenguaje cotidiano, utilizados para describir el punto de mayor intensidad de una situación. La palabra alquimia la heredamos del árabe alkímya, que a su vez la había tomado del griego chyméia ‘mezcla de líquidos’.
Es el mismo origen que comparte con la palabra química. Los alquimistas y químicos trabajaban con alambiques (de alanbíq), produciendo elixires (de aliksir), alcanfores (de alkafúr) y alcoholes (al-kuhúl).
Como nos enseñó Cervantes, siempre es importante tomarse un momento para el ocio. El árabe hispano nos dejó la hermosa palabra azar, tomada del árabe zahr ‘dado’. Nuestros azarosos, lamentablemente comunes, comparten el mismo origen; al igual que el necesario azarar.
Nada tiene que ver el azar en el ajedrez; la única relación entre ellos es el origen árabe de las palabras que los definen. La palabra ajedrez llegó a nosotros tras un largo camino desde el árabe hispano assatrang; pasando por el sánscrito, el pérsico y el árabe clásico.
Ese mismo viaje nos ha traído hasta aquí, montados en una recua de palabras que nos recuerdan la riqueza histórica de nuestra lengua.
Fuente: Diario Libre
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