Han gastado miles de millones en publicidad, pero lo único que se ve es una comunicación errática, campañas desarticuladas y mensajes que no calan. El gobierno ha sacado cero en estrategia y cero en comunicación. Sin embargo, en ejecución presupuestaria —esa que pocos miran con lupa— parecen ir con nota sobresaliente.
Es hora de "seguir el dinero". ¿Quiénes colocan? ¿A qué publicitarias y agencias se les adjudica? ¿Qué porcentaje de esos montos llega realmente a los medios y cuánto se queda en el camino? La pregunta es incómoda, pero urgente. Porque aquí hay algo que no cuadra.
La falta de transparencia es más que una omisión técnica: es una estrategia en sí misma. Una que permite colocar recursos sin controles visibles, sin explicar por qué se privilegian ciertos medios o agencias, sin detallar el impacto de las campañas financiadas con fondos públicos.
Lo que sí vemos, en cambio, son los resultados fallidos: una reforma fiscal con rechazo social masivo, impuestos a servicios digitales sin pedagogía previa, y un intento de reposicionamiento institucional que ha fracasado incluso en sus propios anuncios. El jardín botánico convertido en símbolo de desconexión.
El gasto en comunicación gubernamental no puede seguir siendo un mecanismo opaco para alimentar círculos cercanos. Los fondos públicos no están para alimentar redes de favores disfrazados de pauta. Urge auditar cada peso, exigir rendición de cuentas y abrir las cifras al escrutinio público.
Porque mientras la estrategia brilla por su ausencia, el dinero —ese sí— ha corrido. Y mucho.
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