miércoles, mayo 14, 2025
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Editoriales

¿Quién sigue al seguidor?

En la política dominicana, hay liderazgos que no se construyen desde la raíz, sino que germinan a la sombra de otro. Son figuras que, aunque ostentan cargos, banderas o plataformas, no logran movilizar verdaderas voluntades. Su autoridad es más bien prestada, sostenida por la popularidad o el poder de una figura mayor que les respalda, directa o indirectamente. Es el liderazgo frágil, aquel que se tambalea en cuanto se retira el padrino.

Este fenómeno no es nuevo. Hemos visto cómo ciertos actores políticos parecen gozar de gran arrastre mientras se mantienen bajo el manto de un líder carismático o dominante. Sin embargo, al desaparecer esa figura —por retiro, caída en desgracia o simple ausencia estratégica—, lo que antes parecía una maquinaria bien engrasada se revela como una estructura hueca. Los seguidores no migran con el supuesto heredero; se disuelven, se repliegan o simplemente buscan otro referente.

¿Por qué ocurre esto? Porque en realidad nunca existió una conexión auténtica entre el político emergente y la base. No hubo propuesta propia, ni visión genuina, ni estilo de liderazgo que generara lealtades sólidas. Todo dependía de la inercia del "arrastre", de estar en el lugar correcto al lado del nombre correcto. Pero la política, como la vida, no perdona el vacío de sustancia.

Un liderazgo robusto se construye con trabajo de campo, coherencia, credibilidad y presencia sostenida. No basta con repetir discursos ajenos ni heredar estructuras partidarias; hay que generar confianza y cultivar una identidad propia que dialogue con la gente. El liderazgo auténtico no teme a la ausencia del “líder mayor” porque ha sembrado lo suyo.

En estos tiempos de tanta volatilidad política, el país no necesita más figuras decorativas ni portavoces de otros. Necesita liderazgos firmes, con ideas claras y capacidad de movilización real. La fragilidad del liderazgo prestado no solo limita el desarrollo democrático, sino que nos hace retroceder a esquemas caudillistas donde solo uno piensa, decide y arrastra.

Y cuando ese “uno” ya no está, se revela la verdad: nunca hubo liderazgo, solo reflejo.

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