En la política, como en la vida, los finales pesan más que los comienzos. El gobierno de Luis Abinader se encamina hacia su recta final, y mientras tanto, en el PRM, los aspirantes a la candidatura presidencial futura ya libran sus batallas internas por posicionarse. Pero hay una verdad ineludible que algunos parecen ignorar: si esta administración no concluye con resultados tangibles, transparencia incuestionable y gobernabilidad firme, de nada servirán las pugnas por sucederlo. Sin un cierre que genere confianza ciudadana, el relevo interno del PRM será políticamente estéril.
La ciudadanía no vota por siglas, vota por credibilidad. Y esa credibilidad no se hereda automáticamente. Se construye, o se pierde, en la gestión diaria. Si el gobierno de Abinader tropieza en los últimos meses, por más que los presidenciables del oficialismo se esfuercen en levantar perfiles, su futuro político estará hipotecado. El desgaste de un mal cierre de gestión no lo compensa ni el mejor discurso ni la más costosa campaña. Por el contrario, la oposición aprovechará el terreno fértil del desencanto para volver al poder, sin importar sus propios defectos o escándalos.
Por eso, los aspirantes del PRM harían bien en moderar su ambición momentánea y enfocarse en cerrar filas para que el gobierno termine con dignidad y resultados. Solo así podrán aspirar, con legitimidad, a continuar en el poder. Lo contrario sería dispararse en los pies: ganar la candidatura, pero perder el país. Porque si el barco se hunde, no importa quién estaba esperando el timón: todos se ahogan igual.
¿Será el ego más fuerte que el instinto de supervivencia política? El tiempo lo dirá.
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