Bruce Springsteen vuelve para terminar lo que empezó, rescatando canciones no terminadas o que sin publicar pedían justicia: voces olvidadas de esa -cada vez más ancha- América profunda.
Tracks II: The Lost Albums es su forma de poner orden en su historia, completando capítulos que el tiempo había dejado pendientes y reafirmando su fuerte compromiso social como cronista, de esos sueños rotos, de esas luchas invisibles, que siempre fue.
Sus letras hablan de obreros despedidos, de soldados heridos, de pequeñas ciudades abandonadas, de migrantes cruzando la frontera….
Este Tracks II: The Lost Albums recoge 83 canciones grabadas entre 1983 y 2018: décadas de ideas, de álbumes frustrados, de experimentos y proyectos huérfanos que ahora encuentran por fin su lugar.
Este es material que el propio Bruce ha seleccionado, ordenado, remasterizado y producido con la meticulosidad de quien no se fía de nadie más que de sus propias manos.
Por eso no es un cajón de descartes sino una pieza clave de su obra, un volumen dos que completa el Tracks de 1998 y da sentido a los silencios de décadas enteras.
Este monumental box set, Tracks II que verá la luz el 27 de junio, no es una operación de arqueología musical ni otra de esas joyitas para coleccionista.
Es la prueba de que Springsteen, hijo de una familia obrera de Freehold, nieto de inmigrantes italianos e irlandeses, educado en la cultura católica y en la ética del trabajo, como él recalca siempre en sus entrevistas, no quiere dejar cabos sueltos, cosas sin terminar.
Lo confesó hace tres años: “He estado limpiando a fondo mi archivo. Escribí mucha música en los 90. Canciones buenas pero que nunca tuvieron momento adecuado para sacarlas”.
Pieza por pieza
Desde los días en que dormía en pensiones baratas de Nueva Jersey y componía en garajes prestados, El Boss ha entendido su carrera no como una escalera hacia la fama, sino como un trabajo de fondo, como quien repara un motor antiguo pieza por pieza.
Y es que los años noventa no fueron fáciles. Había roto con la E Street Band, con la que construyó himnos generacionales como Born to Run o The River, y trataba de redefinir su voz en una América cambiante.
Fue entonces cuando se sumergió en proyectos que ahora ven la luz: álbumes country oscuros, discos de pop orquestal al estilo Sinatra, westerns sonoros nunca rodados, homenajes a las fronteras tejanas.
Pero mientras salda cuentas con su pasado en el estudio, el presente le reclama sobre los escenarios: desde mayo está inmerso en una nueva gira europea junto a su E Street Band, su banda de toda la vida.
‘The Land of Hope and Dreams Tour’ recorrerá este verano seis países para ofrecer sus únicos conciertos de 2025 ante más de 700,000 fans, en un espectáculo que la revista Billboard ha descrito como “el mayor espectáculo del mundo”.
En España, las citas serán el 21 y 24 de junio en el Estadio Reale Arena (Anoeta), en Donostia.

Músico comprometido
Pero Bruce Springsteen nunca ha sido un artista solo musical. Desde sus primeras canciones de carretera hasta sus himnos sindicales de los 2000, su guitarra ha vibrado con la tensión política de su país.
Ni siquiera después de cinco décadas de carrera, de llenar estadios en todo el mundo, de vender más de 150 millones de discos, de ganar un Oscar y un Pulitzer honorífico y de convertirse, para bien o para hartazgo de algunos, en la conciencia cantada de América.
A diferencia de muchos colegas de su generación, nunca esquivó la cuestión social. Hijo de un padre depresivo (conductor de autobús) y desempleado y de una madre que trabajaba de secretaria para mantener a la familia, Bruce entendió pronto que el sueño americano era, para muchos, una promesa rota.
Como él mismo admitió: “Creo que América está rota. Hay una gran división, una gran frustración. La desigualdad económica está fuera de control y eso está erosionando el sueño americano".
Temas políticos
Lo cantó en The River, en Youngstown, en Born in the U.S.A., tema tantas veces malinterpretado como patriótico cuando era una amarga crítica a la América de Vietnam. Sus letras hablan de obreros despedidos, de soldados heridos, de pequeñas ciudades abandonadas, de migrantes cruzando la frontera….
En American Skin (41 Shots) denunció la brutalidad policial antes de que fuera costumbre; en The Ghost of Tom Joad rescató al héroe de Steinbeck para cantarle a los sin techo y los sin papeles.
No es casual que hiciera campaña abierta para candidatos demócratas como Obama o Biden, ni que en 2016 escribiera su autobiografía como un ajuste de cuentas con su propio país.
En Tracks II esa pulsión política reaparece en canciones como Adelita, inspirada en las mujeres soldaderas de la revolución mexicana, fruto de sus viajes en Harley Davidson por el suroeste estadounidense en los 90.
O en Faithless, la banda sonora inacabada de un western espiritual donde las preguntas de frontera, fe y justicia están muy presentes.

Incluso en piezas aparentemente menores, como las grabadas en sus LA Garage Sessions ’83, se intuye al cronista social, al hijo de la América profunda que no olvida de dónde viene.
Pero la política y la denuncia no son un fin en sí mismas para Bruce.
“La gente está cansada de la política del odio, de las mentiras y la manipulación. Necesitamos reconstruir la confianza y la verdad en nuestra democracia,” confesó en una entrevista. Y quizá por eso también en este disco hay espacio para el homenaje y el rescate emocional.
Sunday Love, el último avance publicado antes del lanzamiento del box set, es un guiño a los crooners de los 50, a Sinatra y Andy Williams, a la orquesta noir de un cine que nunca filmó.
Lo mismo ocurre con Twilight Hours, disco gemelo de Western Stars, donde explora la soledad y el crepúsculo de los viejos cowboys sentimentales. Canciones románticas perdidas en ciudades vacías, ecos de cine negro de posguerra.
Este equilibrio entre lo íntimo y lo social es la marca de la casa. Bruce Springsteen, a sus 74 años, no puede, ni quiere, elegir entre el hombre que canta a su propio fracaso amoroso ni el que escribe sobre las heridas colectivas de su país.
Y mientras otros rockeros de su quinta han aceptado la jubilación o la gira de éxitos reciclados, el Boss sigue grabando discos de versiones de soul, escribiendo columnas de opinión, haciendo podcasts de historia americana con Obama o llenando estadios en giras maratonianas que siguen durando horas….
Tracks II es, en cierto modo, el espejo de todo eso. Un disco que suena a diario íntimo, a archivo sonoro de la otra América: la de los soñadores caídos, los obreros sin pensión, los músicos de bares de carretera.
Por eso no es un cajón de descartes sino una pieza clave de su obra, un volumen dos que completa el Tracks de 1998 y da sentido a los silencios de décadas enteras.
Está claro, su compromiso, y su voz, está al servicio de los que nadie escucha. Como dice:“Mi música siempre ha sido una forma de contar las historias que no se escuchan, las voces olvidadas. Y hoy, más que nunca, esas voces necesitan ser escuchadas”.
Fuente: Diario Libre
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