Se aplaude cuando la justicia detiene a un funcionario corrupto, como si eso fuera suficiente. Se monta el espectáculo, se reparten titulares, y el país aplaude creyendo que se venció a la impunidad. Pero la verdad es otra: los verdaderos dueños del circo nunca pisan un tribunal. Son esos empresarios que diseñan la trampa, maquillan los números, prestan las compañías de carpeta y, con el cambio de gobierno, cambian simplemente de tarjeta de presentación.
Funcionarios hay muchos; empresarios corruptores, pocos pero poderosos. Y esos pocos se repiten como una sombra eterna sobre la política dominicana. Hoy venden electricidad, mañana medicamentos, pasado útiles escolares. No importa el rubro: su verdadero producto es la influencia.
El funcionario que roba siempre es reemplazable. Pero el empresario que corrompe es insustituible, porque su oficio es tejer relaciones, repartir favores y mantener engrasado el engranaje. Por eso nunca cae: porque el sistema lo necesita más que a cualquier ministro.
La impunidad tiene rostro de empresario sonriente, de filántropo que entrega becas mientras factura millones en contratos amañados. El funcionario corrupto es la carne de cañón, el que se lleva los insultos en la prensa. El empresario, en cambio, se lleva las ganancias y la gloria social.
Hasta que no entendamos que la corrupción es un pacto de dos, la justicia seguirá siendo un simulacro. Castigamos al que roba con la pluma, pero nunca al que provee la tinta. Y así, los verdaderos dueños del circo seguirán cobrando taquilla en cada gobierno.
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