jueves, julio 31, 2025
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Editoriales

Cuerpo a cuerpo con la escritura de Guillermo Arriaga

Desde niño, Guillermo Arriaga supo cuál era su camino. A los nueve años ya ensayaba frente al espejo los discursos con los que imaginaba que algún día sería reconocido. A los catorce redactó una pieza de teatro.

A los dieciocho empezó a ganar dinero con sus textos, entre ellos relatos y reportajes que publicaba en un periódico. Y a los veintitrés escribió Retorno 201, un libro de cuentos que selló su decisión de dedicarse a la literatura.

Poco después obtuvo la beca de literatura de Bellas Artes en México. Durante ese período concibió Escuadrón Guillotina, su primera novela. Luego vinieron Un dulce olor a muerte y El búfalo de la noche.

El éxito de sus libros despertó el interés del cine, y pronto comenzaron a comprarle los derechos. Así fue como la narrativa lo condujo al séptimo arte.

Rebeca Argudo, columnas con café y sin consignas

Para Arriaga, sin embargo, no hay frontera entre un guion y una novela: aborda ambos formatos con el mismo rigor, atención minuciosa al lenguaje y obsesión por la estructura.

Las historias suelen acompañarlo durante años, hasta encontrar su forma. El hombre, su más reciente novela, la concibió en 1981, después de leer un libro que lo marcó profundamente. El salvaje quiso escribirla desde los catorce años.

Salvar el fuego lo rondaba desde 1999, cuando alguien le contó la historia de una mujer que se enamoró de un preso. Supo de inmediato que ahí había algo más que un relato íntimo; el romance sería apenas el pretexto para narrar un país, con sus fracturas, sus violencias y sus contradicciones.

Arriaga escribe desde realidades que conoce de cerca, fruto de haber crecido en un barrio bravo.

Esa paciencia narrativa no proviene únicamente del oficio, sino también de su forma de estar en el mundo. Desde hace décadas, practica la cacería exclusivamente con arco y flecha.

Sostiene que no se trata simplemente de un pasatiempo, sino de una manera de conocer un país, de adentrarse en sus entrañas. Ha estado en lugares por donde nadie más se atreve a pasar, porque los cazadores, dice, se internan en lo más hondo.

Por eso insiste en que él no investiga: vive. En los lugares a los que otros escritores podrían ir a documentarse, él ya ha estado. Esta pasión por la cacería le ha dado una mirada afinada, un arte de la observación que también se filtra en su prosa.

Las novelas de Arriaga nacen de experiencias vividas, del cuerpo enfrentado al paisaje, de esa tensión contenida que antecede al relato. Aunque ha dirigido películas y el cine le ha dado visibilidad global, su brújula sigue orientada hacia la página escrita, ese territorio esencial donde todo comenzó.

Fuente: Diario Libre

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