Cada semana, los titulares se repiten con inquietante monotonía: "Detienen a red de tráfico de haitianos en la frontera", "Apresan a conductor con grupo de indocumentados", "Militares interceptan yipeta con haitianos indocumentados”. Las cifras cambian, los nombres también, pero el patrón es siempre el mismo: detenciones sin consecuencias. Y el resultado de esta dinámica es un ciclo de impunidad que no solo alienta la reincidencia, sino que mina la credibilidad del sistema judicial y pone en entredicho el compromiso del Estado con el orden y la seguridad fronteriza.
Porque lo que no se ve —lo que rara vez, o nunca, ocupa espacio en los noticieros— son las condenas. ¿Dónde están las sentencias firmes? ¿Dónde están los años de cárcel ejemplares? ¿Dónde está el mensaje claro y disuasivo para quienes hacen del tráfico humano un negocio cotidiano? La ausencia de justicia real convierte este delito en una apuesta de bajo riesgo y alta ganancia para quienes lucran con la desesperación ajena.
Por eso es urgente y necesario replantear el marco legal y judicial con el que se aborda esta problemática. Las penas actuales, si se aplican, son claramente insuficientes. Y si no se aplican, el mensaje es devastador: el tráfico de personas no se castiga, se tolera.
Quizás es hora de pensar en figuras penales más severas, incluso con agravantes especiales. ¿No merece quien facilita la entrada ilegal de extranjeros a través de estructuras delictivas ser considerado como alguien que atenta contra el Estado mismo? ¿No cabe aquí una figura semejante a la traición a la patria, cuando se vulneran deliberadamente nuestras fronteras y se pone en peligro la estabilidad nacional?
Mientras se sigan atrapando traficantes para luego soltarlos, nada cambiará. Mientras los expedientes duerman en los archivos judiciales y los jueces no apliquen el peso de la ley, todo seguirá igual. Y mientras eso ocurra, los únicos que seguirán pagando las consecuencias serán un país entero que ve cómo su soberanía se diluye en cada cruce clandestino. Es momento de romper el ciclo. Con justicia real. Con penas ejemplares. Y con la convicción de que un Estado serio no puede permitir que la impunidad se convierta en política migratoria.
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