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Hace año y medio Philomène Dayiti tuvo que escapar de las pandillas y refugiarse en una iglesia de Puerto Príncipe, que ahora funciona como un campo para desplazados internos. Su situación refleja la angustia de cientos de miles de haitianos que sufren a causa de la violencia generada por bandas armadas.

El poderoso jefe de bandas de Haití plantea deponer las armas en pos de un diálogo nacional
– Escudo humano –
Roberto, quien vivía tranquilamente en una pequeña comunidad en Croix-Des-Bouquets cerca de la capital, también buscó refugio en la iglesia internacional primitiva. "En la mañana del 21 de enero de 2023, mientras estábamos ocupados en nuestras tareas diarias, oímos varios disparos", cuenta este padre de dos adolescentes, que prefiere no revelar su apellido. "Luego vimos cómo bandidos armados invadían la zona. Nos dijeron que mantuviéramos la calma y que el barrio estaba bajo su control".
"Dispararon toda la noche y cuando vimos eso, entendimos que ya no era nuestro lugar", dice. Para no levantar sospechas, Roberto y su familia se fueron a escondidas sin llevar pertenencias, con el fin de evitar que los pandilleros los usaran como escudo humano en una posible operación policial, una práctica habitual según varios testigos.
"Destruyeron todos mis bienes. Tenía un coche, una tienda. Ahora no tengo nada, he caído a lo más bajo", lamenta Roberto. "Les digo a los dirigentes del Estado haitiano: mientras ustedes hablaban en todo el mundo, yo perdí todo en una fracción de segundo".
– Represalias –
El pastor de la iglesia internacional primitiva, Méus Lotaire, reconoce que la convivencia entre desplazados no siempre es sencilla. "Me exige mucho esfuerzo gestionar a todas estas personas que vienen de lugares distintos y deben compartir un espacio limitado", dice este hombre de 61 años. "Tenemos problemas de todo tipo, como los baños insuficientes".
"Hay tantas personas aquí (…), está lleno de gente", agrega. A veces "no pueden respirar". El acceso a cuidados médicos también es complicado, ya que varios hospitales tuvieron que cerrar o reducir sus actividades por culpa de la violencia pandillera.
Aquí es la oenegé Alima, conocida por sus unidades médicas móviles, la encargada de examinar a los pacientes: medir su tensión, dar medicamentos, pesar a un recién nacido, etc. El pastor agradece su trabajo "colosal", cuidando a "cientos de pacientes", incluidos algunos que no viven en el campamento.
Es el caso de Nehemie Laguerre, de 20 años, cuya familia reside cerca de la iglesia. La joven dio a luz la víspera y ha venido hasta aquí para una revisión. Ahora va a regresar a casa con medicamentos y algunos consejos sobre la forma de cuidar al bebé, su primer hijo.
No quería tenerlo, pero no logró abortar, explica. Vive en Bas-Delmas aunque prefiere no comentar la situación ahí, por temor a represalias de las bandas.
Por Luckenson JEAN y Roberto SCHMIDT
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Fuente: Diario Libre
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