Cada cierto tiempo, como un fantasma que no descansa, Quirino Ernesto Paulino reaparece con declaraciones que sacuden el tablero político. El exnarcotraficante, condenado en EE. UU. y repatriado a República Dominicana, parece tener una habilidad quirúrgica para hablar justo cuando más conviene… ¿a quién?
Sus palabras, lejos de ser espontáneas, parecen parte de una estrategia. En lugar de aportar a una reflexión nacional sobre el poder, la corrupción o la redención, sus intervenciones se sienten más como munición de campaña. Y eso no es casual. En política, rara vez lo es. Si alguien lanza una piedra, es porque otro la puso en su mano.
Si Quirino tiene algo que decir, que lo diga donde corresponde: en un tribunal, bajo juramento, con consecuencias. No en programas donde se trafica influencia con la misma impunidad que una vez se traficó droga.
Lo más desmoralizante es que todos lo saben y, sin embargo, nadie lo enfrenta. Ni los partidos que se dicen distintos, ni los organismos que se proclaman autónomos. El guion es viejo: un personaje oscuro dice lo que conviene, se agita el debate, se desgasta al adversario, y luego todo se olvida. Hasta el próximo capítulo. Hasta el próximo Quirino.
Mientras la política dominicana siga dependiendo de voces prestadas y escándalos reciclados, el debate público será rehén de quienes manejan la sombra. Y el país, una vez más, pagará el precio de confundir espectáculo con rendición de cuentas.
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