jueves, septiembre 25, 2025
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Editoriales

El narco viaja sin pasaporte

El narcotráfico no reconoce mapas ni tratados. No distingue entre aguas dominicanas, internacionales o exclusivas. Cruza como dueño del Caribe. Y frente a ese poder, ¿qué debe hacer un Estado? ¿Esperar a que la droga llegue a los muelles para entonces reclamar soberanía? ¿O actuar en un operativo conjunto donde el crimen ha convertido al Caribe en autopista de cocaína?

La soberanía no se quiebra con una explosión en aguas de la zona económica exclusiva, se quiebra cuando las instituciones locales son incapaces de frenar a los capos que financian campañas, que compran jueces, que llenan de miedo los barrios. Se quiebra cuando la patria se convierte en santuario para el negocio de la muerte.

Aquí no se trató de recursos naturales ni de injerencia política. Se trató de cortar el camino a la droga que destruye familias, que arranca sueños, que llena cementerios. ¿Es solo una parte de la cadena? Sí. ¿Falta ir tras las cabezas? Sin duda. Pero cada golpe cuenta, y quien cuestione estas operaciones debería mirar a los padres que entierran a sus hijos para entender qué significa perder de verdad la soberanía: perderla a manos del narcotráfico.

Defender la soberanía no es gritar contra la cooperación internacional, es construir un país donde no necesitemos ayuda externa para enfrentar a los carteles. Mientras tanto, cada lancha hundida es una victoria, y cada crítica vacía es un eco funcional al crimen. Porque en esta guerra no hay espacio para la neutralidad: o se combate, o se colabora con el enemigo.

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