jueves, septiembre 25, 2025
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Editoriales

Nada se borra bajo el sol

En este país hay funcionarios y empresarios que todavía creen en la magia: la de ocultar fortunas, tapar reuniones y borrar rastros como si la corrupción fuera un acto de ilusionismo. Pero todo deja huella. Siempre.

El dinero que viaja desde una offshore en Panama o BVI cruza el sistema SWIFT y se anota en códigos que ningún abogado ni testaferro puede desaparecer. Los apartamentos y solares que cambian de manos en sociedades anónimas quedan inscritos en registros que tarde o temprano se leen. Los retiros de efectivo, las cuentas paralelas, los cheques disfrazados, se alinean como piezas de dominó hasta revelar la ruta entera.

Ni las reuniones a media noche, ni los mensajes “cifrados” en Signal o Threema, ni los correos que se creen invisibles escapan al detalle: direcciones IP, metadatos en fotos, patrones de vida, llamadas atrapadas por torres o interceptadas por IMSI Catchers. La vida moderna no tiene rincones oscuros: todo se ilumina con el tiempo.

El problema no es la falta de pruebas, es la falta de voluntad. La impunidad no se sostiene por astucia, sino por complicidad. Aquí se sabe quién reparte, quién cobra, quién lava y quién se calla. Y aun así se sorprenden cuando la verdad sale a flote, como si el sol no alumbrara lo suficiente.

La corrupción dominicana no es un secreto: es un espectáculo de sombras que cualquiera puede ver. El día que las instituciones decidan leer los rastros, se demostrará lo obvio: que los corruptos nunca fueron invisibles, solo estaban protegidos.

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