En la política dominicana hay un actor silencioso pero cada vez más evidente: el narcotráfico. Su participación ya no es una sospecha remota ni un mito urbano, sino una amenaza concreta que ha infiltrado estructuras institucionales y procesos electorales. Lo preocupante no es solo que existan casos aislados de políticos vinculados al narco, sino que el sistema tiene brechas que permiten su avance sin freno.
Ya no se trata de rumores. Las cárceles y las extradiciones hablan: alcaldes, regidores y legisladores han sido arrestados, acusados o condenados por vínculos directos con el narcotráfico. Y como bien dice el pueblo, “el que menos corre, vuela”. Porque si ya han caído tantos, es solo cuestión de tiempo para que otros sigan ese mismo camino. Hay más nombres en la fila. Más secretos a punto de estallar.
El narco no solo financia campañas. Compra lealtades, protege rutas, manipula instituciones y lava su imagen en tarimas políticas. Se infiltra desde lo local hasta lo nacional, disfrazado de filántropo, de líder comunitario, de candidato popular. Y lo hace con el silencio o la complicidad de estructuras partidarias que, por ambición o negligencia, prefieren no preguntar de dónde viene el dinero.
El peligro no es solo que el crimen organizado penetre el Estado. Es que lo use como escudo, lo convierta en cómplice. Y mientras se celebran capturas y extradiciones, muchos de los que ayudaron a esos capos a subir, siguen intactos, moviendo piezas y cerrando filas.
La lucha contra el narcotráfico no puede quedarse en el espectáculo. Hay que ir al hueso: al financiamiento electoral, a la rendición de cuentas, a la depuración real de candidaturas. Si no se enfrenta el problema desde la raíz, el narco no solo será parte del sistema: lo será todo.
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