Hoy llega a las salas de cine la nueva versión de Drácula firmada por Luc Besson, un estreno que promete darle un aire inesperado al mito más célebre del vampirismo.
El cineasta francés, conocido por El quinto elemento o Dogman, se atreve a reinterpretar la novela de Bram Stoker desde una mirada íntima y romántica, más cercana a una tragedia de amor que a un relato de horror.
“Lo que me fascinó fue la historia de un hombre capaz de esperar 400 años para volver a ver a la única mujer que ama”, confiesa Besson. “Claro, con el tiempo el personaje se convirtió en un monstruo mítico, pero para mí siempre fue una historia de amor”.
Proyecto entre amigos
Todo comenzó casi como un juego. Durante el rodaje de Dogman, el director conversó con su actor fetiche Caleb Landry Jones sobre futuros proyectos. “Hablábamos de grandes figuras clásicas, y cuando salió Drácula, nos brillaron los ojos al mismo tiempo”, recuerda. Lo que nació como una idea compartida terminó en guion… y finalmente en película.
Caleb, con quien Besson ya había trabajado y forjado una relación de confianza absoluta, asumió el reto de encarnar al vampiro.
“Para él lo principal era encontrar la voz, el acento, los gestos. Cuando probó el vestuario morado y los zapatos de tacón, el personaje le salió de manera natural. Incluso fuera de cámara seguía hablando con acento rumano”, cuenta divertido el cineasta.
El monstruo dandi
Besson tenía claro que no quería un Drácula al estilo superhéroe americano, lleno de poderes sobrenaturales. Le interesaba más mostrarlo como un hombre culto, refinado y contradictorio. “Me inspiré más en William Randolph Hearst que en Nosferatu”, admite.
“Mi Drácula es un esteta, un amante de las telas, los viajes, los objetos bellos. Se puede ser apasionado sin ser miserable”.
De ahí que el vestuario y la escenografía jueguen un papel central. Junto al artista Patrice Garcia y la diseñadora Corinne Bruand, el equipo creó un universo barroco y elegante, con castillos que parecen soñados y trajes que refuerzan la dimensión estética del personaje.
“Queríamos un Drácula dandi, rodeado de belleza, casi un aristócrata decadente”, explica.

De Transilvania a París
En un gesto provocador -y muy suyo-, Besson decidió trasladar la acción a París. ¿La razón? “Narrativamente era mucho más lógico que los personajes pudieran perseguirse en tren o a caballo sin problemas logísticos”, dice.
Además, había un guiño irresistible: situar la historia durante la celebración del centenario de la Revolución Francesa, el 14 de julio de 1889.
“Me encantaba la idea de un París en fiesta, lleno de fuegos artificiales y multitudes, donde un vampiro podría pasar desapercibido. Y ya saben… ¡adoro París!”, ríe.
Amor y contradicción
Lo que más intrigaba a Besson era la complejidad emocional del conde. “¿Cómo puede alguien esperar siglos por la mujer de su vida y al mismo tiempo vivir con tres ninfas en su castillo y seducir a la mejor amiga de Mina en Londres? Esa contradicción me parecía apasionante”.
En su versión, Drácula no es un monstruo frío ni un depredador sin alma. Es un ser humano -demasiado humano-, desgarrado entre el deseo, la fidelidad y la pérdida.
“Quise recuperar valores atemporales: el amor, la amistad, la justicia, la perseverancia. Hoy en día el dinero lo ha corrompido todo, y me parecía necesario recordarlos a través de un mito universal”.
Un reparto de lujo

El elenco combina descubrimientos y consagrados actores. Zoë Bleu, hija de Rosanna Arquette, interpreta a Mina; Matilda De Angelis encarna a María, la vampiresa; Guillaume de Tonquédec aporta su solidez; Caleb Landry Jones es Drácula; y Christoph Waltz se pone en la piel del sacerdote.
“Cuando pensé en el clérigo, lo primero que me vino a la cabeza fue Christoph. Le mostré Dogman y aceptó de inmediato, incluso antes de leer el guion”, revela Besson. El choque final entre Waltz y Caleb Landry Jones es, según él, “un combate con nobleza”.
Aunque la película se sumerge en las sombras del mito, Besson no quería que todo fuera solemnidad. Introdujo un dúo dinámico -médico y sacerdote– para aportar información y también alivio cómico.
“Me divertía la idea de que el médico racional terminara pidiendo ayuda al cura”, confiesa. Y es que la mezcla entre rigor dramático y humor ligero es clave en su estilo.
Mito renacido
En el fondo, la apuesta de Besson no es rehacer a Drácula, sino humanizarlo.
“Siempre he creído que el cine debe recordarnos por qué seguimos luchando por ser mejores”, concluye. “Drácula, con todas sus luces y sombras, es un hombre roto, pero capaz de esperar siglos por amor. ¿Qué puede haber más humano que eso?”.

Tras la muerte de su esposa, un príncipe del siglo XV renuncia a Dios y se convierte en vampiro.
Siglos más tarde, en el Londres del siglo XIX, al ver a una mujer parecida a su difunta esposa renace su esperanza… y su maldición.
Vlad la perseguirá, sellando así su propio destino.
Fuente: Diario Libre
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