miércoles, agosto 20, 2025
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Editoriales

Choques que no se borran con esmeril

En la política dominicana hay choques que no se borran ni con esmeril. Son heridas profundas que ningún pacto ni discurso logra cubrir del todo. No se trata solo de errores de cálculo, sino de decisiones que fracturan confianzas, sepultan aspiraciones y reescriben trayectorias.

Robert Greene, en su Ley 19 de las 48 Leyes del Poder, lo advierte sin rodeos: “Conozca con quién trata; no ofenda a la persona equivocada”. Una máxima que aquí se ha cumplido con puntualidad quirúrgica.

Jacinto Peynado, en la campaña de 1996, cometió uno de esos errores que no se perdonan. Decidió enfrentarse al corazón mismo del poder que lo había encumbrado: prometió “partir en dos” el anillo palaciego de Balaguer, señalando con nombre y apellido a los colaboradores del viejo líder que consideraba sus enemigos. En vez de sumar respaldo, lo perdió. Alienó a quienes aún movían los hilos y podía convertirlo en presidente.

La desconfianza se propagó, los votos se enfriaron y la candidatura reformista terminó en tercer lugar. El balaguerismo, entonces, prefirió a otro: Leonel Fernández, quien supo ofrecer continuidad sin confrontación. Entendió que, en política, a veces es más rentable respetar los símbolos que desafiar las estructuras.

Porque en este oficio, un chisme maldito puede pesar más que un programa de gobierno. Y quien no mide las consecuencias, quien ofende al aliado equivocado, termina reducido a anécdota. Hay golpes que ni el tiempo, ni el poder, ni el esmeril logran borrar.

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