En los meses de julio y agosto, la ciudad de Siena, en el corazón de la Toscana, se transforma.
Durante los días previos al Palio -la tradicional carrera de caballos que enfrenta a los barrios históricos de la ciudad- los vínculos familiares se suspenden, las amistades se reconfiguran y hasta los matrimonios se separan temporalmente para que cada ciudadano regrese a su barrio, su equipo.
No es una ruptura, es una reafirmación. Una manifestación radical del sentido de pertenencia.
Este fenómeno, que puede parecer extremo desde una mirada externa, encierra una lección profunda para el mundo empresarial.
Sentido de pertenencia

¿Qué pasaría si los empleados sintieran por su empresa lo que los sieneses sienten por su barrio? ¿Qué transformaciones serían posibles si el sentido de pertenencia no fuera una aspiración, sino una vivencia cotidiana
En las organizaciones, el sentido de pertenencia no se mide fácilmente. No aparece en los estados financieros ni se refleja directamente en los KPIs.
Sin embargo, su impacto es profundo y transversal. Un empleado que se siente parte de la empresa cuida los recursos como propios, defiende la reputación institucional con convicción, y se esfuerza más allá de lo esperado, no por obligación, sino por compromiso.
Este tipo de vínculo genera beneficios intangibles pero poderosos, como:
- reducción de costos (empleados comprometidos detectan ineficiencias, proponen mejoras y evitan gastos innecesarios)
- mayor resiliencia (en tiempos de crisis, el sentido de pertenencia actúa como un pegamento emocional que mantiene la cohesión interna)
- innovación (cuando se siente parte de algo, el talento se expresa con libertad y creatividad)
- y contar con embajadores naturales (empleados que se convierten en promotores genuinos de la marca, dentro y fuera de la empresa)
La ausencia de sentido de pertenencia es silenciosa, pero corrosiva. Se manifiesta en la apatía, en la rotación constante, en la falta de iniciativa.
Las empresas que no cultivan este vínculo pierden algo más que productividad: pierden alma. Se convierten en espacios transaccionales, donde el trabajo es solo una moneda de cambio, y no una expresión de propósito.
El sentido de pertenencia no se impone, se construye. Requiere liderazgo empático, comunicación auténtica, reconocimiento constante y una cultura que valore a las personas más allá de sus resultados.
Requiere también símbolos, rituales, historias compartidas. Así como los sieneses tienen sus colores, sus cantos y sus caballos, las empresas deben crear sus propios elementos identitarios que conecten emocionalmente con sus colaboradores.
Como líderes, tenemos la responsabilidad de convertir nuestras organizaciones en comunidades. Pasar del “yo trabajo aquí” al “yo soy parte de esto”. Porque cuando el sentido de pertenencia se arraiga, la empresa deja de ser solo un lugar de trabajo y se convierte en una causa compartida.
Siena nos recuerda que pertenecer no es solo estar. Es defender, cuidar, celebrar.
¿Estamos listos para inspirar ese tipo de vínculo en nuestras organizaciones?
Fuente: Diario Libre
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