martes, agosto 26, 2025
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Editoriales

Todo tiene su final

“Todo tiene su final, nada dura para siempre”, cantaba Héctor Lavoe con la sabiduría que solo el tiempo otorga. Y esa frase, inmortalizada en la salsa, bien podría servir como recordatorio al funcionariado dominicano que hoy se pasea con aires de eternidad por los pasillos del poder.

La historia política de este país está llena de nombres que ayer parecían intocables y hoy apenas sobreviven en un pie de página. Funcionarios que confundieron el cargo con propiedad privada, que trataron el presupuesto como herencia familiar y que se creyeron inmunes a la caducidad que acompaña a cada puesto público. Pero la realidad es testaruda: los sillones giran, las oficinas cambian de dueño y lo que parecía inamovible se desvanece con una firma, un decreto o una elección.

En República Dominicana, el poder ha demostrado ser más efímero que la propia memoria colectiva. Ayer ministros que se creían gigantes, hoy no logran ni arrastrar sombra en la opinión pública. Ayer legisladores que hablaban con voz de trueno, hoy apenas son eco de su propia soberbia. Y lo más curioso es que, aun con esas lecciones repetidas una y otra vez, las nuevas generaciones de funcionarios insisten en creer que la cima es eterna.

El problema es que mientras dura el espejismo, el país paga las consecuencias: decisiones caprichosas, contratos improvisados, privilegios que se confunden con derechos. Todo hasta que llega el recordatorio inevitable: que la política es un escenario rotativo donde nadie se queda para siempre.

Por eso conviene que los que hoy están “arriba” se miren en el espejo de los que ayer se creían indestructibles y hoy ruegan por un micrófono. Porque si algo enseña tanto la salsa de Lavoe como la política dominicana, es que todo tiene su final.

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