Hay escenas que, con el paso del tiempo, deberían haber quedado en el archivo del ridículo. Una de ellas es la del político descendiendo de un helicóptero para asistir a un mitin, una inauguración o una gira de “proximidad” con el pueblo. El helicóptero se posa entre una nube de polvo y ruido, mientras abajo lo espera una comitiva coreografiada: aplausos, abrazos fingidos y pancartas cuidadosamente distribuidas. El espectáculo ha comenzado.
En pleno 2025, ver a un político utilizar un helicóptero para desplazarse a actividades políticas no solo es un anacronismo grotesco, sino una ofensa. Es una postal de la arrogancia, de la desconexión, del ego inflado por la percepción de poder. No importa si el trayecto era largo o si el calendario estaba apretado; el problema no es el medio de transporte per se, sino lo que simboliza: la verticalidad del poder, la teatralidad del privilegio, la distancia con el suelo que pisa la gente común.
Porque el helicóptero no llega solo. Llega con escoltas, con operadores, con cámaras que capturan el aterrizaje como si se tratara del desembarco de un héroe nacional. Es la política entendida como espectáculo, como dominación visual. ¿Qué mensaje se le envía al ciudadano cuando el político llega desde el cielo? Uno claro: “yo vengo desde arriba, y tú estás abajo”.
Lo más grave es que esta práctica no solo persiste, sino que a veces se celebra. En redes sociales circulan videos editados con música épica, planos en cámara lenta y slogans que buscan convertir la escena en propaganda. Es el culto a la imagen por encima de las ideas, la forma sobre el fondo, la llegada sobre la caminata.
Pero esa misma imagen debería hacernos reflexionar. ¿Dónde están los pies de quienes nos gobiernan? ¿Sobre qué tierra caminan? ¿Qué saben del transporte público, del calor en los mercados, del polvo de las calles no pavimentadas? Un político que necesita un helicóptero para saludar a su pueblo probablemente no merezca ni su voto ni su confianza. La política no debería venir del aire; debería brotar del suelo, construirse desde abajo, con pasos reales, con presencia constante, con escucha activa.
Bajarse de un helicóptero para entrar a un acto político es una degradación simbólica del servicio público. Es convertir la política en espectáculo aéreo, y al ciudadano en mero espectador. Y cuando la política se despega del piso, también se aleja de su sentido.
Más que aterrizajes espectaculares, lo que necesitamos son líderes que caminen —y no solo figuralmente— al lado del pueblo. Porque los verdaderos cambios no llegan volando: se construyen paso a paso, con los pies en la tierra.
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