El Código Penal dominicano es más viejo que el país. Nació cuando no existían ni carros ni luz y, aún hoy, todavía manda en los tribunales, queriendo regular delitos que hoy se cometen en pantallas y paraísos fiscales. 141 años después, por fin lo cambiamos… pero no tanto como pudimos.
Durante décadas, su reforma fue un espejismo. Gobiernos de todos los colores lo prometieron y lo dejaron morir en el Congreso, atrapado entre vetos morales, cálculos electorales y el temor a tocar fibras que dividen al país: las tres causales, los derechos civiles, el peso de la Iglesia. Incluso cuando parecía llegar a la meta, con Danilo Medina se frustró dos veces: en 2014 lo observó; en 2015, el TC lo declaró inconstitucional. Aquí, el miedo siempre gana.
Luis Abinader decidió mover la piedra que todos habían dejado quieta. Con un Congreso bajo control absoluto del PRM, tenía margen para una reforma histórica. Pero la mayoría eligió la comodidad del consenso sobre la audacia del cambio, sacrificando reformas para no incomodar a sus aliados.
El nuevo Código introduce principios contemporáneos y tipifica delitos que el viejo texto ni imaginaba —corrupción, violencia de género, trata de personas, crímenes digitales—. Es un avance técnico, sí, pero marcado por la autocensura política: fuerte en estructura, débil en ambición. Evita grietas que podrían exponer verdades y cierra discusiones que el país necesita para dejar de repetirse.
El momento más revelador no estuvo en su letra, sino en su drama político. La primera dama y las hijas del presidente rechazaron la exclusión de las tres causales. Alfredo Pacheco, presidente de la Cámara de Diputados, respondió con un portazo: más gesto de poder que ejercicio de escucha.
El PRM celebrará esta ley como un triunfo institucional. Y lo es. Pero también prueba que, incluso con mayoría absoluta, el Congreso actual no quiso —o no pudo— dar un salto completo hacia el siglo XXI. 141 años después, cambiamos el código… pero no cambiamos la cultura que lo mantuvo vivo.
La historia dirá si esta reforma será el inicio de una justicia más efectiva o la oportunidad en que, pudiendo parir el futuro, el poder eligió maquillar el pasado.