Hace apenas unos años, las clases en línea se presentaban como la solución perfecta para garantizar el acceso a la educación en tiempos difíciles. Pero lo que comenzó como una promesa de flexibilidad y modernidad, hoy deja al descubierto un lado menos amable: estudiantes agotados, ansiosos y atrapados en la sobreexposición digital.
Un estudio reciente de la BIU University Miami (Broward International University), liderado por Selene Castañeda y Omar Guirette, no deja lugar a dudas.
Bajo el título “Cuando la pantalla genera estrés: combatiendo la ansiedad en la educación online”, los expertos señalan que entre el 60 % y el 70 % de los estudiantes reporta síntomas como ansiedad, fatiga visual, insomnio y sensación de sobrecarga.
“Lo digital no es neutral. Moldea nuestras emociones, relaciones y formas de aprender”, advierten los investigadores.
Más conectados, más solos

Uno de los impactos más fuertes ha sido la pérdida del vínculo humano. La educación virtual redujo el contacto espontáneo entre compañeros y docentes, y con ello, el sentido de comunidad. La motivación se diluye y la soledad se convierte en rutina.
La evidencia respalda esta sensación: Según Gao et al. (2023) quienes pasan más de 4 horas al día en redes sociales duplican sus puntajes de soledad frente a quienes limitan su uso a menos de una hora. Y no se trata solo de “sentirse solos”: la saturación digital golpea directamente el rendimiento.
Estimaciones de BIU apuntan a una caída del 10 % al 20 % en el desempeño académico durante los periodos de virtualidad, sobre todo en estudiantes con menor autonomía.
El dato no sorprende a quienes lo han vivido. “Las notificaciones constantes y las videollamadas sin pausa generan un ruido mental que impide concentrarse. Estar conectado no significa estar enfocado”, resume Guirette.
La trampa de la procrastinación digital
Entre chats, notificaciones y la tentación permanente de las redes, muchos jóvenes se enfrentan a lo que los expertos llaman “procrastinación tecnológica”. Es la postergación crónica de tareas en favor de estímulos inmediatos, con la consecuencia de más ansiedad, culpa y bajo rendimiento.
Y no solo los estudiantes caen en esta dinámica. Trabajadores remotos también experimentan el mismo desgaste: jornadas interminables de reuniones en línea y pantallas que prometen productividad, pero terminan drenando energía emocional.
“La tecnología que prometía agilidad se ha convertido en una barrera emocional y social”, apunta Castañeda.
Cifras que inquietan

Los números hablan por sí solos:
- 70 % de los estudiantes presenta al menos un síntoma de ansiedad, insomnio, fatiga mental o cefaleas.
- En clases presenciales, la conexión docente-estudiante alcanza 8.5 sobre 10; en entornos virtuales, cae a 5.2 (Ong y Quek, 2023).
- La retroalimentación también se desploma: de 9.0 puntos en presencialidad a 4.8 en lo digital.
Aunque algunos jóvenes han desarrollado destrezas digitales notables, la mayoría sigue atrapada en un entorno emocionalmente insostenible.
Humanizar la pantalla
¿La solución? No es demonizar la tecnología, sino aprender a integrarla con equilibrio. El estudio de BIU propone una hoja de ruta concreta:
- Incorporar pausas activas y espacios sin pantallas.
- Fortalecer el acompañamiento emocional y la retroalimentación docente.
- Enseñar autogestión del tiempo y concentración consciente.
- Redefinir el éxito educativo, priorizando la confianza sobre el control.
La invitación es clara: se trata de repensar cómo usamos lo digital para que sume y no reste. Una generación completa no puede seguir sacrificando su salud mental en nombre de la conectividad.
En palabras de los autores, “la pantalla puede ser aliada, pero solo si la miramos con ojos humanos”.
Fuente: Diario Libre
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