jueves, agosto 21, 2025
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Editoriales

Entre el estrés tóxico y saludable

El estrés es una respuesta natural del organismo que nos prepara para enfrentar retos y situaciones de demanda. Sin embargo, cuando se vuelve crónico, las formas en que lo manejamos pueden marcar la diferencia entre proteger la salud o dañarla.

Existen dos caminos claros: las estrategias tóxicas, que brindan un alivio momentáneo pero generan consecuencias negativas, y las estrategias saludables, que ayudan a restaurar el equilibrio fisiológico y emocional.

Estrategias tóxicas

Las formas tóxicas de enfrentar el estrés son las más comunes porque resultan rápidas y socialmente aceptadas. Una de ellas es el recurso a la comida, especialmente azúcares y grasas de baja calidad.

En momentos de tensión, el cerebro busca dopamina y confort inmediato, lo que explica la tendencia a consumir dulces, comida rápida o frituras. El problema es que este patrón aumenta el riesgo de obesidad, resistencia a la insulina e inflamación crónica.

Otra vía frecuente es el alcohol, utilizado como “anestesia emocional”. Aunque en pequeñas dosis puede generar sensación de relajación, su uso repetido como estrategia para lidiar con la ansiedad está asociado a trastornos del sueño, depresión y daño hepático.

Finalmente, en un nivel más destructivo, se encuentran las drogas recreativas o de prescripción mal empleadas. Estas alteran el sistema nervioso central, ofrecen un alivio fugaz, pero deterioran la salud física y mental, favorecen la adicción y desorganizan por completo la vida personal y social.

¿Estamos siguiendo los modelos correctos o somos un experimento?

Estrategias saludables

En contraste, las formas saludables de manejar el estrés permiten al organismo procesar la tensión y recuperar el equilibrio. El ejercicio físico es uno de los moduladores más potentes: reduce niveles de cortisol, libera endorfinas y mejora la calidad del sueño.

La actividad regular, incluso caminar o hacer estiramientos, es una herramienta de resiliencia. El sueño reparador es otro pilar: durante el descanso profundo el cerebro procesa experiencias emocionales y restaura neurotransmisores; dormir menos de lo necesario perpetúa el círculo de ansiedad y fatiga.

Finalmente, la meditación, la oración o la práctica espiritual favorecen un estado de calma, estimulan el sistema nervioso parasimpático y fortalecen la percepción de control, brindando una sensación de propósito y seguridad.

Identificar en qué extremo nos encontramos implica observar patrones. Si cada episodio de estrés se acompaña de atracones de comida, alcohol o consumo de sustancias, estamos en un ciclo tóxico que agrava los síntomas.

En cambio, si ante la tensión buscamos liberar energía con actividad física, cuidar el descanso o dedicar tiempo a la reflexión y conexión espiritual, estamos cultivando un manejo saludable.

El estrés es inevitable, pero la forma en que lo enfrentamos define sus efectos. Reconocer cuándo caemos en respuestas automáticas dañinas y redirigirlas hacia estrategias protectoras es una inversión en salud mental, física y emocional que impacta nuestro presente y previene enfermedades a futuro.

Fuente: Diario Libre

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