El fútbol nunca fue un deporte exclusivo. Ese balón que tanta pasión genera permea transversalmente los estratos sociales de todos los países del mundo, no importa el grado de tradición que exista o qué tanto guste a su gente. De hecho, hace tiempo que dejó de ser patrimonio exclusivo de esas grandes potencias, donde sí es cierto que es un elemento bien arraigado de sus culturas. Con la globalización, todos esos marcos se han roto hasta el punto de ver balones rodando en lugares inimaginables del planeta.
Hasta un lugar impensable fue a jugar la semana pasada nuestra selección. En Kuala Lumpur, nos enfrentamos a Uruguay, un país que no necesita mucha presentación, dos veces campeón del mundo y una cantera inagotable de producción de jugadores. El partido nos lo ganaron por la mínima. Un encuentro que les sirvió a ellos para probar futbolistas pensando en el próximo mundial, y a nosotros para seguir acumulando experiencia como grupo, corregir cosas que debemos mejorar en diferentes facetas del juego, pero también para poco a poco, “chin a chin”, continuar derribando el mito de que “no somos nadie”.
Somos el legado de los padres y madres de Junior, de Pablo, y de tantos que dejaron la isla rumbo a Europa buscando un futuro mejor. Somos la evolución de los niños de nuestros pueblos y barrios soñando algún día ser futbolistas. Somos esa cantidad de jóvenes que ahora mismo preparan en los colegios sus aplicaciones para, gracias al fútbol, encontrar la posibilidad de continuar sus estudios en universidades de Estados Unidos.
Pero también, somos un país que trabaja para levantarse de una crisis de gerencia que frenó el crecimiento, desalentó talentos y dilató el sueño colectivo de ver florecer nuestro fútbol; negándole el derecho de competir y ser tomado en serio.
La subestimación del rival en el deporte ha sabido dar grandes lecciones a lo largo de la historia. Nos falta muchísimo por recorrer, sí, pero el camino lo estamos transitando sin complejos y sin perder el poder fundamental de la autocrítica. Somos un país bendecido por un talento deportivo innato, capaz de conquistar el mundo en atletismo, béisbol, voleibol y boxeo, por decir algunos; que el fútbol aspire a esos lugares hoy, es por el momento una cuestión utópica, pero quién dice que algún día, a lo mejor, esto pueda ser posible.
Fuente: Diario Libre
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