martes, octubre 14, 2025
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Editoriales

Las sobremesas del poder

En República Dominicana, el poder no se ejerce en los ministerios ni se reparte en los comités políticos: se saborea en las sobremesas. Allí, donde el aire huele a vino caro y a cinismo, se discuten los negocios del Estado con la naturalidad de quien pide otro postre. Los restaurantes se han convertido en oficinas alternas del poder, donde la discreción cuesta más que el plato fuerte y la moral se sirve al gusto del cliente.

En esas mesas se dicen los secretos que nunca llegarán a los periódicos: quién es el nuevo testaferro, qué obra fue inflada, cuál amante tiene su nombre escondido en una nómina. La transparencia, tan invocada en los discursos, se evapora entre los brindis. Los meseros —testigos silenciosos del poder— escuchan cómo se reparte el país por porciones, como si la República fuera un menú degustación.

Allí se cruzan todos los personajes: en una mesa, el opositor observa con hambre; en otra, el recién llegado presume de cercanía; más allá, el caído en desgracia susurra su revancha. Y entre ellos, el emisario que lleva y trae secretos como un mozo invisible de la corrupción. Son escenas que valen más que cualquier sesión congresual: la democracia convertida en tertulia, la transparencia reducida a sobremesa.

Y lo más irónico es que los mismos lugares donde se celebra el éxito, también son las incubadoras del escándalo. Las conversaciones que hoy parecen triunfos, mañana serán filtraciones. Porque en este país, los secretos no mueren: solo cambian de mesa. Y mientras el pueblo espera justicia, los comensales del poder piden otra botella.

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