viernes, abril 18, 2025
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Editoriales

Una pesadilla de la que no despertamos

La madrugada en que se vino abajo el techo del Jet Set no fue solo el derrumbe de una estructura física, sino también de una realidad que creíamos intocable. La discoteca, ícono nocturno de Santo Domingo, era para muchos un espacio de celebración, de escape, de vida. Hoy es el escenario de una de las peores tragedias que ha vivido el país. Más de 184 muertos. Cientos de familias marcadas para siempre. Y una sensación generalizada de irrealidad, de incredulidad, como si todo esto no pudiera estar pasando.

A veces, la tragedia llega con tal fuerza que nos deja suspendidos en un estado que se parece mucho al sueño. Caminamos entre los escombros emocionales intentando convencernos de que es real, de que no es una pesadilla más que desaparecerá al abrir los ojos. Pero el horror persiste. Los nombres de las víctimas no se borran. Los videos, los testimonios, el llanto… siguen ahí.

El Jet Set no era solo una discoteca. Era un símbolo. De los años dorados del merengue. De la noche capitalina. De una vida que se celebraba con intensidad. Verla convertida en ruinas es un golpe a la memoria colectiva, un recordatorio cruel de lo que puede fallar cuando el mantenimiento, la seguridad y la responsabilidad institucional no están a la altura de la vida humana.

Nos cuesta aceptar lo ocurrido porque toca fibras profundas: el derecho a la diversión, a la juventud, a volver a casa después de una noche de fiesta. Todo eso fue arrebatado en segundos por una tragedia que pudo prevenirse. Y en esa posibilidad de lo evitable es donde más duele.

Hoy, mientras aún se identifican cuerpos y se reconstruyen relatos, el país entero transita una especie de luto suspendido. Porque esta no es una noticia que se supera con titulares. Es una herida abierta que necesita memoria, justicia y verdad.

Quizás lo más difícil es que seguimos sin despertar. No porque no queramos, sino porque el sueño se volvió realidad. Y nos toca ahora vivir con ella, entenderla, transformarla, para que nunca más la fiesta termine en tragedia.

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