viernes, abril 18, 2025
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Editoriales

No es con likes que se llena la olla

En la era de los “likes”, las elecciones parecen haberse trasladado del barrio a la pantalla, de la junta de vecinos a la historia de Instagram. Hoy, muchos candidatos se obsesionan con la viralidad, como si una campaña bien editada en TikTok pudiera reemplazar el trabajo territorial, la gestión concreta o el compromiso con las causas populares. Pero por más filtros que se usen, las redes sociales no ganan elecciones. Y lo más importante: tampoco construyen intención de voto real.

Una publicación puede emocionar por unos segundos, pero no garantiza credibilidad ni transforma vidas. La ciudadanía, aunque distraída por el espectáculo digital, sigue buscando soluciones tangibles: seguridad, salud, empleo, educación. La política performática —esa que se mide en alcance y comentarios— se vuelve un espejismo peligroso cuando suplanta la tarea cotidiana de gobernar o legislar con ética, coherencia y resultados.

Lo preocupante no es que los políticos usen redes sociales —es natural que lo hagan—, sino que muchas campañas hayan delegado el alma del proyecto político en un equipo de community managers, quienes, más allá de su talento, no pueden responder por la ausencia de propuestas o la falta de conexión con la realidad social.

La política, como ejercicio de representación, exige más que estética. Requiere escucha, presencia en el territorio y sensibilidad frente a los problemas que no caben en un “reel” de Instagram. Pero la lógica de la imagen ha ganado terreno: ahora se prefiere al candidato que “se ve bien” antes que al que “lo hace bien”. En algunos casos, incluso, se considera que una buena estrategia de contenido puede suplir una hoja de vida vacía o una agenda ambigua.

Esta sustitución del trabajo por la imagen no es inocente. Al contrario, es funcional a una democracia cada vez más despolitizada, donde la ciudadanía es tratada como audiencia y no como sujeto activo. El problema no es solo de forma: es de fondo. Mientras se construyen narrativas sin sustento, se pierde tiempo valioso para resolver lo urgente.

Por eso es necesario insistir: las redes sociales pueden ser herramientas útiles, pero no pueden convertirse en el centro de la política. Ganar likes no es ganar legitimidad. Y un hashtag viral no reemplaza la confianza que se construye cara a cara, con constancia y con hechos.

En tiempos de sobreinformación y marketing político, urge volver a lo esencial: que la política sirva para transformar realidades, no solo para contarlas bien.

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