miércoles, abril 16, 2025
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Editoriales

El dolor no debe ser contenido

En medio de una tragedia, cuando el caos desborda y las palabras apenas alcanzan, hay un impulso tan humano como peligroso: compartir. Compartimos porque queremos que otros vean, que otros sientan, que no pasen de largo. Pero en esa urgencia muchas veces se nos escapa algo esencial: el dolor no se exhibe, el dolor se respeta.

Cada imagen de un cuerpo sin vida, cada primer plano de un rostro roto por la pérdida, es una decisión ética. No es solo contenido. Es una vida que ya no está, una familia que aún no entiende qué ocurrió, una comunidad intentando sostenerse entre escombros. Difundir esas imágenes —por morbo, por impacto, incluso por denuncia— es olvidar que detrás hay personas. Es usar el dolor ajeno como herramienta de conmoción. Y eso no es informar, es herir de nuevo.

A los medios: no basta con justificar la publicación de escenas crudas por su “valor noticioso”. La cobertura responsable implica no revictimizar. Implica saber cuándo mirar hacia otro lado, cuándo guardar la cámara. Porque no todo lo que puede contarse debe mostrarse.

A quienes comparten en redes: la sensibilidad no es censura. Es cuidado. La inmediatez no puede estar por encima del respeto. Antes de postear, pregúntense: ¿querría yo que la última imagen de alguien a quien amo fuera esa que ahora circula sin contexto ni consentimiento?

El dolor tiene formas de ser acompañado, pero nunca de ser consumido. No se contiene en una foto ni se soluciona con un clic. Se abraza con silencio, con presencia, con dignidad. Por eso, este es un llamado urgente a detenernos. A pensar. A elegir la humanidad por encima del espectáculo. Porque el dolor, en su forma más pura, no pide ser viral. Pide ser cuidado.

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