En Wall Street, el “insider trading” es un crimen; en Dominicana es un modelo de negocios. Aquí no hablamos de acciones: hablamos de carreteras, decretos, crisis, emergencias y proyectos que solo sorprenden al que no está invitado al almuerzo correcto. La información privilegiada no circula en informes financieros, sino en llamadas discretas y grupos de WhatsApp donde se decide quién se hará rico antes de que el país se entere de algo.
El ejemplo de siempre es casi caricatura: el “visionario” que compra una finca baratísima, perdida en una loma, llena de bejucos y chivos. Meses después, aparece el gran anuncio: una carretera nueva que pasará justo por el medio de esa misma finca. El valor se dispara y el genio inmobiliario recibe aplausos… cuando lo único que tuvo fue acceso. El Estado invierte, pero el beneficio privado lo cobran unos pocos que recibieron el mapa antes de que existiera.
Y eso es apenas el calentamiento. El verdadero insider trading criollo ocurre cuando algunos saben cuándo fallará algo antes de que falle. Cuando una institución se acerca al colapso, curiosamente ya hay un suplidor con la solución preparada. Cuando un vertedero está al borde del desastre, ya la empresa que “rescatará” el problema tiene máquinas listas. Cuando un puente amenaza con caerse, la consultoría que justificará la urgencia ya fue redactada.
Aquí hay gente que vive del deterioro, que factura la crisis, que convierte la desgracia pública en ingreso privado. Son expertos en aparecer como salvadores porque leyeron la novela completa mientras el resto apenas recibía el primer capítulo. No solucionan: administran la decadencia.
Así funciona este país: el progreso tiene dueño antes de nacer y la crisis tiene proveedor antes de estallar. Eso, en cualquier mercado serio, sería delito. Aquí, sencillamente, se llama “oportunidad”.
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