La República Dominicana está convirtiéndose en el paraíso de los intocables. Aquí aterriza el sancionado, el expulsado, el delincuente de cuello blanco. Afuera son lacras; aquí se pasean como “inversionistas”.
El que saqueó al erario venezolano corta cintas en Punta Cana. El haitiano que financia pandillas juega golf en Casa de Campo. Y nuestras autoridades sonríen, les aplauden, les facilitan papeles y financiamiento. Esto no es desarrollo, es complicidad. No es inversión, es lavado de reputaciones. No es progreso, es prostitución de la soberanía.
Un país digno dice no. Un país que se respeta aplica la reciprocidad: sancionado afuera, sancionado aquí. Expulsado afuera, expulsado aquí. Acusado afuera, acusado aquí. Cada puerta que abrimos a estos intocables es un clavo en el ataúd de nuestra credibilidad. Cada villa que se les permite comprar es una mancha en la bandera.
República Dominicana debe decidir: ¿seremos nación o guarida? ¿Estado soberano o hotel de lujo para fugitivos? No hay término medio. Y cada día que elegimos callar, elegimos la vergüenza.
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