David Uclés tiene algo de artista del Renacimiento. La música, el dibujo y la escritura lo han acompañado desde siempre, artes que ha ido alternando por temporadas. Con el tiempo, sin embargo, ha sido la escritura la que ha marcado el paso más firme y lo ha dado a conocer al mundo.
Su primer contacto con la creación fue a los ocho años, gracias a un profesor de arte que, un día, llevó a clase un fragmento literario y les propuso traducirlo en colores. Al maestro le gustó lo que David plasmó y lo animó a seguir dibujando.
La música llegó poco después, cuando se apuntó al coro del colegio de monjas donde estudiaba. Al cambiarle la voz, una de las maestras le puso una condición para que pudiera quedarse: debía comprarse una guitarra, y ella le enseñaría a tocar. Así afinó el oído.
Con el tiempo, dio conciertos, escribió canciones y fue encontrando su tono. Le atrae lo telúrico, lo costumbrista, todo lo que nace de la tierra y no necesita cables.
Esa misma sensibilidad lo llevó también a las palabras. Leía con voracidad y escribía por puro impulso. También disfrutaba de lo antiguo y lo bohemio. Le atrae esa atmósfera un poco decadente de lo que ya no está, ese pulso melancólico que, quizá, nació de escuchar a su abuelo contarle sobre la guerra civil española.
Eran tantas las historias familiares que plasmarlas en papel se volvió la única forma de no perderlas. De ahí surgió la necesidad de construir una novela que abordara el conflicto bélico desde la ficción —con palabras, alegorías e imágenes oníricas—.
Pensaba que así sería más fácil llegar a quienes no están acostumbrados al discurso ensayístico y, sobre todo, tratar un tema que sigue siendo un territorio sensible, lleno de heridas abiertas.
Para escribirLa península de las casas vacías (Siruela, 2024), pasó quince años escuchando testimonios, visitando museos, leyendo libros, viendo cine, hurgando en archivos, en bares, en residencias de ancianos…
Recorrió veinticinco mil kilómetros por toda España —gracias a una beca artística—, siguiendo el rastro de sus personajes. Mientras tanto, se sostenía pintando óleos y cantando en las calles, guitarra y acordeón en mano. Fue hilando memoria, lectura, testimonio y silencio.
La perseverancia ha rendido frutos: La península de las casas vacías se ha convertido en un fenómeno editorial, con más de ciento cincuenta mil ejemplares vendidos, dieciocho ediciones, traducción a seis idiomas y diversos reconocimientos.
También es autor de las novelas El llanto del león (Ediciones Complutense, 2019) y Emilio y octubre (Editorial Dos Bigotes, 2020). Estudió Traducción e Interpretación, y ha ejercido como profesor de español, alemán, inglés y francés.
Hoy, las tres disciplinas que han marcado su camino —la música, la pintura y la literatura— conviven en armonía.
Fuente: Diario Libre
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