La gente quiere sangre nueva. Ya nadie se emociona con capítulos reciclados de la corrupción pasada. Eso era entretenimiento en su momento, sí, pero el país ya vio esa película, lloró, se indignó, y cambió de canal. Hoy la audiencia está pidiendo temporada nueva, con personajes actuales. Lo viejo ya no llena la sed; la justicia fría y recalentada no se sirve más en la mesa pública.
El discurso fue claro: “no somos iguales”, “esto es diferente”, “ministerio público independiente”. Se vendió transparencia premium. Y cuando tú prometes pureza absoluta, hasta un olor sospechoso en el pasillo despierta al público. Pues bien: la nariz ciudadana ya está fruncida y el ánimo está ácido. La percepción de corrupción sube, los rumores hierven, los silencios pesan.
Y mientras tanto, suenan cuentos exóticos. Historias de personajes perfumados que llegaron con turbantes simbólicos convencidos de que en esta isla la ley se negocia y la impunidad se importa junto con el lujo. Gente que creyó que el desierto es un buen lugar para esconder secretos… hasta que descubren que las dunas también tragan.
Quizás noviembre traiga el primer capítulo. Ojalá traiga verdad, consecuencias y claridad. Porque la ciudadanía no quiere promesas: quiere hechos. Y el tiempo para demostrar que esta vez sí es diferente está corriendo. Si no llega la sangre nueva, llegará la desilusión vieja. Y ese golpe sí que no prescribe.
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