Publicadas en 1931 bajo el título de Camperas, las fábulas del Padre Leonardo Castellani son, en definitiva, una genialidad. Acá les invito a leer y reflexionar sobre tres personajes muy particulares, y cómo lo que representan se mantiene muy latente en nuestra sociedad de hoy. La siguiente fábula (versión actualizada) se denomina Dios los cría.
Tres compinches de siempre —la Víbora, el Zorrillo y el Perezoso— se juntaron un día para quejarse del mundo.
—Aquí no hay ni iniciativa ni progreso, ¡nada de nada! —empezó el Perezoso—. Ustedes ya conocen mis grandes planes y mis ideales en pro de un mejor país —el Perezoso siempre anda con proyectos megalocos—, pero a mí me tachan de fracasado. ¿Y así quién se anima a emprender? Si buscas trabajadores, no hay. Y si los encuentras, ¿cómo los haces trabajar? Socios, ni hablemos: todos son unos ladrones. Por eso ni me gasto… Pones un negocio y, ¿qué pasa? A mí, que me gusta lo premium y no las migajas, me ofrecen centavitos de inversión. ¡La culpa es del Gobierno, obvio!… Total, que, si eres un mediocre, todos te siguen; pero si tienes ambición, te marginan, te boicotean y te obligan a pasarte la vida tirado en una rama, comiendo lo que haya y durmiendo como un nómade… 24/7.
—Y lo peor —saltó la Víbora— es que te evitan como a plaga. Los que nacimos con corazón para amar sufrimos un montón. Yo no tengo ni un amigo, y todos me odian. Así, perseguida y sin el calorcito de un compa, aunque sea más dulce que un postre y más chill que una abeja, terminas agriándote: fría, venenosa, fake… Hasta me puse negra y fea de tanta bilis y rencor que trago. Mis ancestros eran glam, coloridos como un arcoíris, no barrosos como yo. Hasta con mi ex me llevo mal. Y de mis hijos, ni uno vino a agradecerme por existir. ¡Y eso que ni sé si nacieron! Dejé los huevos al sol para que los empolle y me fui, porque ¿para qué criar víboras en el pecho? —como dice el dicho— ¡para que después te claven el diente!
—A mí —intervino el Zorrillo— lo que me revienta es el desprecio. Siete años en este matorral y nadie me saluda, ni me invita un café… Si paso por un camino, todos se apartan como si tuviera COVID. Ni un pájaro se anima a anidar cerca. La soledad me mata, pero prefiero eso antes que juntarme con esos cochinos que huyen de los demás para ocultar su propio tufo.
Y así, quejándose de todo y de todos, se les pasaba el tiempo. Pero el chisme no llena la panza, y los que murmuran terminan odiándose. Un día, los tres se agarraron a las trompadas y se separaron, no sin antes soltarse las verdades sin filtro:
—¡Tú eres un vago! —le gritaron al Perezoso.
—¡Tú eres una tóxica! —le escupieron a la Víbora.
—¡Y tú apestas! ¡Mírate al espejo antes de criticar! —le tiraron al Zorrillo.
Y a cada uno le recordaron que cada uno es lo que se labra.
Pero ninguno se dio por aludido. Hasta hoy siguen chillando contra el mundo entero.
La figura moderna que los reúne a los tres
Estos tres animales que se describen en la fábula se ven muy bien reflejados en una figura que hoy día cobra mucha fuerza y relevancia: el Hater, un anglicismo, que se traduce como “Odioso”. El Hater no sólo forma parte de las redes sociales, sino que es posible verlo en nuestras comunidades o ambientes laborales. La sombra del hater permea las redes, el trabajo y hasta las relaciones familiares, con su mediocridad, su actitud desinteresada, mezcla de indiferencia y desprecio. Al igual que el Perezoso, el hater es un genio de las quejas, tiene todas las justificaciones del mundo, se queja de esto, y de aquello, ve las incongruencias y las fallas de todo el que está a su alrededor y de la sociedad misma, y al igual que la Víbora, vierte su veneno sin piedad, sin importarle si mancha o no la dignidad de una persona, muchas veces, sólo por buscar “sonido”, otras solo por el placer de “joder”, pero lo peor es que critica, pero no actúa.
Una Quimera llamada Resentimiento
Cada animal representa vicios universales que bien se reúnen en el Hater, el primero representa la pereza, y como se dice en el argot popular: el bulto y el allante, la segunda, es la viva imagen de la victimización, el rencor, y la manipulación emocional, y el tercero la incapacidad de autoevaluación, y la arrogancia, pero también, los tres animales son tres resentidos, la culpa la tienen otros, se ven a sí mismo como las grandes perjudicados de un sistema que los tiene aislados. Al hater le gusta llamar la atención, y a punta de saña, y mala intención, en vez de usar esas energías para ayudar, prefiere destruir.
Una encuesta realizada en 2016 por el Centro de Investigación PEW y el Centro Imagining the Internet de la Universidad de Elon, a 1537 expertos en tecnología, académicos, líderes gubernamentales y profesionales corporativos, ya advertía sobre el crecimiento de este tipo de actitudes, las respuestas de ese momento reflejan gran parte de la realidad que vivimos hoy, “el 42% de los encuestados indicó que no espera "ningún cambio importante" en el clima social en línea en la próxima década y el 39% dijo que espera que el futuro en línea esté "más moldeado" por actividades negativas. Aquellos que dijeron que esperan que Internet esté "menos moldeado" por el acoso, el troleo y la desconfianza fueron una minoría. Un 19% dijo lo mismo” (Pew Research Center y Elon University, 2016).
El pesimismo de los expertos sobre el comportamiento negativo en las redes, ilustran cómo las murmuraciones y el odio en la internet tiende a crecer, creando una “nube tóxica”.
La nube tóxica
Las murmuraciones, puede que en un inicio generen la unión de un grupo de haters, sin embargo, su vista empañada por el resentimiento les impide ver sus faltas, y no son capaces de evaluar de manera critica sus propias actitudes, cosa que me llama poderosamente la atención, porque como dice el refrán: “no hay mayor ciego que aquel que no quiere ver, ni mayor sordo que aquel que no quiere oír” pero como bien señala la fábula, termina convirtiéndose en una bomba de tiempo que estalla generando más división y malos sentimientos ¿No es preocupante el auge de este tipo de actitudes? Da la sensación de que, en la actualidad, sea consciente o inconscientemente, la cultura del hater se está haciendo viral, normalizando el uso de las palabras para dañar. En el libro de Proverbios 18:21, bien se dice: "La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos".
La contracultura de la escucha y la autoevaluación
Al final de la fábula, cada animal, se grita “sus verdades”, pero ninguno escucha, ninguno es lo suficientemente sensato consigo mismo para autoevaluarse. No se trata de escuchar para responder, se trata de escuchar para mejorar, para cambiar, se trata de dejar el yo a un lado, la arrogancia del sabelotodo, y superponer el nosotros, si se fijan, ninguno de los tres valoró la amistad, ninguno cambió, ni siquiera fueron capaces de entender lo que significaba el aislamiento que cada uno vivía. A muchos de nosotros nos pasa que en algún momento somos absorbidos por alguna de las actitudes que representan los animales, y si no somos capaces de autoevaluarnos, de escuchar o de escucharnos y asumir una actitud de cambio, nos puede pasar como a la Víbora, que se puso negra y fea de tanta bilis y rencor. Al final, quien escucha, no solo entiende, sino que es capaz de transformar.
Juan A. Pascual
Es un profesional, columnista y escritor apasionado por la cultura, los temas existenciales, la teología, filosofía y la literatura, especialmente el cuento y la narrativa. Se considera un aspirante constante en el ocio de pulir las palabras, reflexionar y escribir. Actualmente colabora en La Revista Palanca.