Con el nacimiento de un niño, una nueva esperanza nace en un mundo que hoy se muestra convulso, extraño e incluso desesperanzador. Esa nueva vida, hermosa, tierna, frágil, trae en sus hombros la posibilidad de transformar la realidad, el país, la sociedad o su propia familia. Ser padres en el momento histórico que nos está tocando vivir es un desafío de magnas dimensiones.
Digo esto a raíz de todos estos temas que están sucediendo, fruto de la evolución que se está dando en la sociedad y el mundo, de la mano de la tecnología. Pensemos en el ejemplo de un perfil desconocido que se pone en contacto con un adolescente ─un lobo vestido de caperucita toca a la puerta. Tiene una foto bonita, una descripción interesante de sí mismo, pero sobre todo tiene la necesidad incesante de querer conocer al adolescente, establecer un vínculo rápido. Detrás de ese perfil artificial hay un adulto que se quiere aprovechar de la inocencia de un jovencito para acosarlo sexualmente. Esto es un tipo de ciberviolencia que ha sido bautizada como grooming, un anglicismo que describe cómo unos depredadores a través de medios informáticos o telemáticos, fundamentalmente en chats y redes sociales, buscan la manera de aprovecharse y explotar a seres humanos que aún no cuentan con la madurez para ver cómo el mal se les viene encima.
Las estadísticas son alarmantes: según el portal childlight.org, a nivel global, más de 300 millones de niños al año son víctimas de explotación sexual facilitada por tecnología, una escala que ha sido catalogada como una "pandemia oculta". No solo nos toca ser padres que deben velar por la realidad que nos toca vivir, sino también por esa realidad virtual y artificial que corre en paralelo a la nuestra, que se muestra muchas veces insignificante, pero que al final del día termina impactándonos.
Todo lo que está pasando hoy día con fenómenos como el sexting, el grooming, el ciberacoso u otras formas de ciberviolencia, me hace pensar mucho en el mito de Ícaro y Dédalo. La historia cuenta que Dédalo, un arquitecto, artesano e inventor increíblemente talentoso, fue encarcelado junto a su hijo, Ícaro, en la isla de Creta por el rey Minos. Para escapar, Dédalo construyó dos pares de alas hechas de plumas y cera. Antes de volar, le advirtió a Ícaro ─como muchos padres a sus hijos con el uso del celular o la tableta─ sobre los peligros: no debía volar demasiado bajo, pues la humedad del mar mojaría sus alas y las haría pesadas; pero tampoco debía volar demasiado alto, pues el calor del sol derretiría la cera. Ícaro, seducido por la euforia y la libertad del vuelo, ignoró la advertencia de su padre. Voló tan alto que el sol derritió la cera, las plumas se desprendieron, e Ícaro cayó al mar y murió.
La lección detrás de esta historia es tan actual como la fecha misma. Tenemos en nuestras manos grandes avances de la ciencia y la tecnología, pero también tenemos muchos retos que afrontar: los ciberdelincuentes no descansan. Ya va siendo hora de que, dentro de las cosas que como padres debemos aprender, la ciberseguridad se eleve como una materia urgente que debemos tomar, concientizar y aplicar a nuestro modo de vida.
Juan A. Pascual
Es un profesional, columnista y escritor apasionado por la cultura, los temas existenciales, la teología, filosofía y la literatura, especialmente el cuento y la narrativa. Se considera un aspirante constante en el ocio de pulir las palabras, reflexionar y escribir. Actualmente colabora en La Revista Palanca.