Dentro del redondel, las cualidades de virilidad y gallardía que algunos le atribuyen al gallo, quedan prontamente desvanecidas. En el enfrentamiento, que no pasa de 10 minutos, a ambos oponentes se les ve frágil y dar tumbos, intentando ganar una pelea que iniciaron con todo el ímpetu y arrojo que le permite su pequeño cuerpo cubierto de brillante plumaje.
Al redondel llegan huraños, metidos en una caja transparente que baja de a poco desde la parte alta del coliseo hasta el centro del espacio donde tendrá lugar la pelea. Ahí, a la vista de todos, son pesados para que tanto los apostadores y el juez de la valla puedan comprobar que se trata de una pelea justa (el animal no opina), pues son dos ejemplares de edad y peso similar.
Tras una pequeña provocación con un tercer ejemplar, los gallos se colocan a cada lado, según el color, blanco o azul, de la cinta que llevan en sus patas, y arrancan un duelo a muerte que, si tienen suerte, podrán entablar la pelea y vivir. De lo contrario, uno quedará mal herido, aunque su oponente casi siempre, también queda golpeado y ensangrentado.
El Coliseo Gallístico de Santo Domingo Alberto Bonetti Burgos, a donde el equipo de Diario Libre acudió un miércoles de abril, los precios van desde 4,000 a 5,000 por asiento (dependiendo del alto de la silla respecto al redondel) para una noche en la que pueden darse de 40 a 70 peleas, según explica su presidente Nelson Hernández.
Los socios del coliseo, un exclusivo club de 204 miembros, no pagan entrada, pues el millón de pesos que le cuesta la inscripción, que no es abierta a todo gallero sino a quienes cumplan los requisitos, los exonera.
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