martes, septiembre 2, 2025
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Editoriales

La basura como paisaje

En la República Dominicana ya no vemos la basura: la habitamos. Fundas negras rotas en cada esquina, colchones viejos apilados en solares baldíos, botellas flotando como boyas en los ríos Ozama e Isabela. El plástico dejó de ser intruso para convertirse en paisaje; el vertedero improvisado, en postal cotidiana. 

Pero la basura no es un accidente: es síntoma. Refleja un Estado incapaz de cumplir la tarea más elemental —mantener limpia la casa común— y una ciudadanía que aprendió a tirar sin pensar, a lanzar desde el carro, a asumir que siempre habrá alguien que recoja lo que uno deja. 

La recogida de desechos, lejos de ser servicio, es negocio. Camiones que se pagan como si fueran de oro, contratos que engordan bolsillos municipales, vertederos que se vuelven minas privadas de rentabilidad. El reciclaje, que en cualquier país es solución, aquí es enemigo: amenaza a quienes lucran con el desorden. 

Y mientras tanto, los efectos se multiplican: cañadas tapadas que se desbordan con la primera lluvia, barrios que respiran humo tóxico de la quema, playas que reciben turistas con un recibidor de plásticos. Enfermedad, fealdad y abandono se convierten en la herencia que dejamos a la próxima generación.

La basura visible es metáfora de otra más profunda: la moral. Cuando un país se acostumbra a vivir rodeado de desechos, también normaliza la corrupción, la desidia, el relajo. Porque quien convive entre montones de desperdicio aprende a tolerar que todo sea provisional, sucio, corrupto. 

Un país que no enfrenta su basura no solo se ahoga en plásticos, también en fracaso. Y mientras no asumamos que limpiar es también ordenar, exigir y transformar, la República Dominicana seguirá siendo, tristemente, un vertedero con bandera.

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