jueves, agosto 14, 2025
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Editoriales

¿Son normales tus análisis de laboratorio?

En la práctica clínica diaria es común encontrar pacientes con fatiga persistente, caída de cabello, alteraciones inmunológicas o cambios de humor que presentan análisis de laboratorio “dentro de rango”, pero que no se correlacionan con su sintomatología.

Esto se debe a que los valores de referencia tradicionales fueron diseñados para descartar enfermedades graves, no para identificar deficiencias subclínicas ni optimizar el estado nutricional.

Es por eso que cada vez se enfatiza más el uso de rangos funcionales, que son valores que reflejan un estado bioquímico óptimo y que permiten intervenir a tiempo, incluso antes de que se manifieste una enfermedad.

¿Estamos siguiendo los modelos correctos o somos un experimento?

A qué debes prestar atención

Un ejemplo clásico es la vitamina D. Aunque los rangos estándar consideran como “suficiente” un nivel por encima de 30 ng/mL, múltiples estudios han demostrado que niveles funcionales óptimos se sitúan por encima de 50–60 ng/mL, especialmente en personas con trastornos inmunológicos, enfermedades autoinmunes, alergias, SOP o infecciones respiratorias frecuentes.

Un metaanálisis publicado en Nutrients en 2023 evidenció que mantener niveles sobre 50 ng/mL mejora la sensibilidad a la insulina, modula positivamente la microbiota intestinal y potencia la respuesta inmune innata y adaptativa.

Otro nutriente clave es el ácido fólico. Su rango tradicional se sitúa entre 4 y 20 ng/mL, pero diversos consensos clínicos recomiendan mantener niveles por encima de 10 ng/mL, e idealmente entre 10 y 15 ng/mL.

Esto es especialmente importante en mujeres en edad fértil, pacientes con mutaciones del gen MTHFR, niveles elevados de homocisteína o riesgo cardiovascular. Valores entre 4 y 9 pueden estar técnicamente “normales”, pero asociarse con alteraciones neurológicas, infertilidad, depresión o baja metilación.

La ferritina es probablemente uno de los biomarcadores más subestimados.

Aunque los informes de laboratorio reportan como normal cualquier valor por encima de 15 ng/mL, múltiples estudios en mujeres jóvenes y adultas han demostrado que valores por debajo de 50 ng/mL pueden asociarse con fatiga, caída del cabello, ansiedad, trastornos del sueño, síndrome de piernas inquietas y bajo rendimiento físico, incluso con hemoglobina y hierro sérico normales.

En dermatología funcional se recomienda mantenerla idealmente entre 70 y 100 ng/mL para asegurar reservas adecuadas de hierro a nivel tisular.

La vitamina B12 también merece una mirada crítica. El rango convencional parte desde los 200 pg/mL, pero valores entre 200 y 400 pueden asociarse a neuropatías, alteraciones cognitivas, debilidad muscular o trastornos del sueño, especialmente si la homocisteína o el ácido metilmalónico están elevados.

Clínicamente se considera óptimo un nivel por encima de 500–600 pg/mL, aunque el mejor indicador de suficiencia funcional es la transcobalamina activa, que no suele medirse de rutina.

El magnesio sérico, por su parte, es uno de los marcadores más engañosos. Aunque su rango aceptado va de 1.6 a 2.6 mg/dL, se ha demostrado que muchas personas presentan deficiencia intracelular aun con valores séricos “normales”. El valor funcional recomendado es igual o superior a 2.2 mg/dL.

En la práctica, muchos pacientes con insomnio, estreñimiento, ansiedad o migrañas muestran mejoría clínica al suplementar magnesio, incluso sin hipomagnesemia evidente. Lo ideal sería evaluar magnesio eritrocitario, pero esto no siempre está disponible en la práctica clínica.

En conclusión, interpretar análisis de laboratorio con enfoque funcional permite detectar deficiencias antes de que generen consecuencias clínicas mayores.

Evaluar nutrientes como vitamina D, B12, folato, magnesio y ferritina con criterios más estrictos y contextualizados a cada paciente puede ser la clave para prevenir enfermedades crónicas, optimizar energía, mejorar el estado de ánimo y preservar la función inmunológica.

Las pruebas de laboratorio no deben ser el fin del diagnóstico, sino una herramienta que, interpretada con criterio clínico, puede cambiar por completo el rumbo de una intervención nutricional.

Fuente: Diario Libre

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