No es un secreto que Faride atrae críticas como la miel a las hormigas. Sus detractores no se limitan a la oposición política: también provienen de su propio partido, quienes la perciben como incómoda o una amenaza a sus intereses. Aunque no ha mostrado aspiraciones presidenciales, desde su designación como ministra de Interior y Policía los ataques se han intensificado.
La razón es clara: su empeño en hacer cumplir la ley en aspectos tan cotidianos como impopulares, especialmente entre los cómplices del desorden. Regular el ruido, controlar el expendio de alcohol y recuperar los espacios públicos, a pesar de que estos esfuerzos apuntan a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, en vez de aplausos, ha cosechado ataques.
¿Por qué tanta resistencia? Porque el desorden no solo se tolera, sino que es rentable. La informalidad, el caos urbano y la ausencia de autoridad favorecen negocios ilícitos como el microtráfico, la extorsión y las bandas criminales. El descontrol territorial favorece movimientos ilícitos sin vigilancia, mientras que la falta de oportunidades convierte el crimen en una opción tentadora.
Imponer orden choca con esos intereses. Y algunos sectores, con influencia económica y mediática, moldean la percepción pública para desacreditar sus acciones. En ese contexto, Faride se convierte en blanco fácil.
La Policía Nacional también juega un rol ambiguo. Su historial de abusos, captado por celulares y viralizado, es aprovechado para atacar la política de orden, responsabilizando a Raful, aunque no sea ella quien lo ejecuta ni quien lo ordena.
Pero en los barrios se oye otra voz. Quienes vivían entre bocinas, “teteos” y colmadones sin control, hoy reconocen mejoras en su entorno y en la convivencia. En muchos casos, incluso una reducción de la delincuencia, respaldada por los datos oficiales que confirman una baja en homicidios y criminalidad.
No sabemos cuánto tiempo permanecerá al frente del MIP. Pero una cosa es clara: quien le suceda —en agosto de 2028 o antes— encontrará un precedente difícil de ignorar. Porque con temple, determinación y coraje, ha hecho algo que pocos se han atrevido: declararle la guerra al desorden.