martes, julio 29, 2025
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Editoriales

La nube: ¿Te has preguntado cómo es la infraestructura que hace posible su existencia

Decimos que “subimos fotos a la nube” como si flotaran en el aire. Guardamos documentos, usamos modelos de inteligencia artificial, almacenamos recuerdos y hasta corremos videojuegos desde servidores que no vemos. Pero la nube, a pesar de su nombre, está lejos de ser intangible. Está anclada a tierra firme, alimentada por silicio, electricidad y un diseño técnico preciso. La nube es una metáfora conveniente, pero también un velo que esconde una infraestructura compleja: centros de datos, procesadores, fibras ópticas, algoritmos y reglas compartidas que permiten que todo funcione en armonía. La nube se hace más interesante cuando dejamos de verla como una metáfora, ¿verdad?

En el centro de la arquitectura de la nube están tecnologías que han evolucionado durante décadas. Chips de silicio —el elemento 14 de la tabla periódica— que no solo procesan miles de millones de instrucciones por segundo, sino que lo hacen con un nivel de eficiencia energética y confiabilidad que permiten que nuestros sistemas estén siempre encendidos. Si la nube es el sistema nervioso de nuestra era, los chips que la impulsan son su cerebro: procesan, conectan y dan sentido a cada dato que viaja por ella.


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"Demasiada IA es un problema; debemos encontrar el equilibrio en el aprendizaje"

En un panorama educativo transformado por la IA, Turnitin lanza Turnitin Clarity y la nueva generación de Turnitin Feedback Studio, herramientas que buscan no solo abordar la integridad académica, sino también guiar a estudiantes y educadores hacia un uso responsable de la IA. En entrevista exclusiva con WIRED, Chris Caren, CEO de Turnitin, profundiza en la visión de la compañía y los desafíos de integrar la IA en el aula.


La mayoría de los servicios que usamos a diario —desde plataformas de streaming hasta motores de inteligencia artificial (IA) generativa— también dependen de esta infraestructura. Y todo esto ocurre sin que lo notemos. ¿Te has detenido a pensar en la cadena de procesos que se activa cuando hacemos clic en “guardar” o le pedimos a nuestro asistente virtual que resuma nuestro día? Justamente, en esa invisibilidad también está su grandeza: la nube funciona porque millones de elementos trabajan en perfecta sincronía, con una fiabilidad casi absoluta.

No se trata solo de celebrar la ingeniería que lo hace posible (que es monumental), sino de hacerla visible. Entender la nube como lo que es, nos obliga a repensar su impacto y su potencial. Porque si vamos a seguir construyendo el futuro desde la nube, más vale que tengamos los pies bien puestos sobre la tierra.

La nube 101

Cada vez que pides un Uber, subes una foto a Instagram o preguntas a ChatGPT por el clima estás usando la nube. Pero, como ya te conté, no hay nada etéreo en ello: detrás de todo hay una máquina gigantesca de hardware, cables y pura física. La nube es, en realidad, un ejército de servidores trabajando en sincronía y su magia está en lo invisible: ¿cómo es que algo tan complejo parece tan simple?

Imagina que buscas un video en YouTube. Esto es lo que ocurre en milisegundos:

  • Tu petición viaja por fibra óptica a un centro de datos, probablemente a cientos de kilómetros de donde estás.
  • Un servidor recibe la orden y busca el video. Aquí ocurre lo clave: ese servidor no trabaja solo. Divide su potencia utilizando virtualización y balanceo de cargas, repartiendo tareas entre varios servidores para evitar cuellos de botella.
  • Acto seguido, el resultado regresa a ti. ¡Ya puedes ver el video que estabas buscando! Y todo sucedió con una fluidez que apenas deja rastro.
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